Leda, un cuadro que se ha perdido, es la última obra fundamental del segundo período florentino. En ella, el autor parece como si hubiese querido fundir la sensualidad desencadenada por la Leda pagana, con unas formas que los dibujos nos confirman poderse comparar tan sólo a Giorgione y Tiziano, si bien van en dirección de la forma «serpentinata» típica del manierismo, con evidentes simbolismos de fecundidad, que se refieren no sólo a Leda, sino al principio creador femenino, a la Diosa-Madre primigenia.
¿Se está, quizás, ante un Leonardo no nigromante exterior y alquimista, como fantasearon los románticos y los decadentistas, pero si misteriosófico, precursor de las corrientes subterráneas, escépticas y «libertinas» del siglo XVI manierista? Cierto es que Vasari escribió en 1550 (si bien lo suprimió en la segunda edición de las Vidas en 1568):»Por tal motivo formó en su alma un concepto tan herético, que no se acercaba a ninguna religión, acaso porque prefería ser filósofo que cristiano». Desde luego es evidente un encerrarse en sí mismo y en sus estudios cada vez más universalizados, sobre todo en los años romanos (1513-1517), inactivos desde el punto de vista exterior, casi ignorado por León X (recuérdese su oscura frase en el Códice Atlántico:»Los Médicis me crearon y me destruyeron»…), así como en los dos últimos años, en Francia, en la corte de Francisco I, quien no obstante demostró hacia el genio una profunda admiración y respeto.
Antes, en 1506-1513 (dejando aparte un fugaz regreso a Florencia en 1507-1508), se produjo su segunda estancia en Milán, adonde fue llamado por Luís XII y protegido por su lugarteniente Charles d’Amboise. Leonardo tiene entonces todavía mucha vitalidad creadora y no sólo especulativa: proyectos arquitectónicos (se discute si participó en la aún existente Santa María de la Fuente, en Milán), investigación y proyectos hidráulicos, mientras sigue profundizando ulteriormente sus estudios y dibujos de anatomía humana.
Tenemos también los dibujos para una nueva obra escultórica y arquitectónica que una vez más, como si se tratara de una persecución del destino, Leonardo no pudo realizar: el monumento ecuestre y mausoleo del mariscal de Francia Gian Giacomo Trivulzio.
Alejándose quizás otra vez del proyecto definitivo y «clásico» para el monumento Sforza, parece que posteriormente volvió a la primitiva idea del jinete sobre un caballo encabritado, como lo demuestra un pequeño bronce del Museo de Budapest. Completamente nuevo y con validez para los dos siglos siguientes resulta el planteamiento arquitectónico y escultórico del mausoleo subyacente, en el cual están previstas «celdas» en las esquinas, coincidiendo plenamente con las ideas de Miguel Ángel para el mausoleo de Julio II.
De los últimos años, además de los ya mencionados e impresionantes (también por su calidad y capacidad de evocación gráfica) dibujos de los Diluvios (¿o del fin del mundo?) y de los proyectos arquitectónico-ecológicos (saneamiento de una región pantanosa) para el castillo de la reina madre de Francia en Romorantin, que indudablemente influyeron en la construcción de Chambord, sólo nos queda el mensaje pictórico del San Juan del Louvre.
Es una obra tan enigmática y desconcertante como la Leda, con su explícita androginia, con esa calculada incertidumbre lumínica entre el salirse y el ser absorbido por la sombra, con ese gesto y esa sonrisa -verdaderamente lacrada e impenetrable-más bien de oráculo deifico o de esfinge de Edipo, que de mensajero precursor de Cristo. Falleció en Cloux, cerca de Amboise, el 2 de mayo de 1519, «en los brazos de aquel rey», Francisco I, según la fascinante leyenda avalada por Vasari.
La Scapiglíata de Leonardo (Gallería Nazionale, Parma). En este retrato al óleo sobre madera el artista parece evocar los rostros dulces de las mujeres jóvenes de Botticelli.