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Historia del Arte

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Los pintores toscanos (II)

Este surrealismo impregna misteriosamente sus escenas de San Jorge liberando a la Princesa, donde una amplia gama de brillantes colores fríos sitúa al espectador en un clima intermedio entre la pesadilla y el sueño, nostálgico de un goticismo que parece directamente derivado de Pisanello. Pero junto a este goticismo, muy patente en la figura sinuosa de la princesa, colocada de perfil para acentuar su aire arcaico, está presente la marca indudable de Uccello: la preocupación por la perspectiva como método para definir y explorar un espacio real. En estas tablas, el descenso de la línea del horizonte introduce una zona de cielo azul que hace pensar en una época posterior a las ya citadas composiciones sobre la Batalla de San Romano.
No lejos de Masaccio surgió otro prodigioso fenómeno de amor y aptitud para la belleza, aunque sin salirse del repertorio de los temas giottescos: Fra Giovanni de Fiesole, o Fra Angélico. Nada demuestra tanto cómo se conservaba la afección por los antiguos asuntos y métodos de la pintura, y que todavía podían conseguirse con ellos bellísimos resultados, como las obras de este cuatrocentista florentino el beato Angélico.

Fra Angélico había nacido en 1387 en el pueblo de Vicchio, cerca de Florencia. Ingresó joven, a los veinte años, en la Orden de Santo Domingo y pasó su noviciado en Cortona. Al parecer ya antes de profesar había demostrado aptitud para la pintura; pero teniendo que salir desterrados de Fiesole los frailes a cuya comunidad pertenecía, pasó a Foligno, cerca de Asís, y allí estudió los frescos de Giotto. De la plácida región de la Umbría aprendió el paisaje de sus fondos, llenos de arbolillos y monte bajo, dorados por la luz de un cielo límpido, viéndose a menudo a lo lejos el resplandor del lago Trasimeno.

Aquel fraile piadoso debió de recoger todos los secretos de la técnica, ya que sus tablas se conservan aún con la misma frescura y brillo que tenían cuando fueron pintadas. Sin excesivos deseos de perfección que le hicieran buscar procedimientos nuevos, los frescos y tablas de Fra Angélico se mantienen tan perfectos como el día en que los terminó. Los temas son siempre religiosos. Fue virtuosísimo, humanísimo, como dice Vasari, sobrio y casto, diciendo a menudo que para cultivar el arte hacía falta quietud y que el pintor de Cristo debía estar siempre con Cristo. Es curioso el detalle, según Vasari, de que no retocaba nunca sus pinturas, por creer que así habían sido inspiradas por la voluntad de Dios.

Fra Angélico tuvo una reputación extraordinaria. Su fama se extendió por toda Italia, y fue solicitado por el Papa para trabajar en Roma, y también por el Cabildo de Orvieto y las más ricas comunidades de Toscana. Pintó muchas tablas destinadas a los altares de iglesias monásticas; el bellísimo retablo de la Anunciación, del Museo del Prado, en Madrid, procede del convento de Fiesole. Allí todavía se guarda otro altar suyo con la Virgen rodeada de santos y santas. Generalmente desarrollaba en sus altares una sola composición central, con innumerables figuras, todas dibujadas sabiamente, hasta el menor detalle, fijándose en las fisonomías, en los gestos y hasta en el color del vestido de cada una para resumir simbólicamente, con el pincel, la leyenda de su piadosa vida; pero a pesar de tanta minuciosidad, la gama multicolor se resuelve siempre en una celestial profusión de luz.

Los fondos son también claros; su campo es dorado o azul, por donde pasan algunas nubes radiantes, que forman un contraste vivísimo de realidad. Los altares de Fra Angélico tienen muchas veces su más bello adorno en la predella o faja de composiciones, en miniatura, que sirve de gracioso pedestal al gran icono. Allí, libre de la necesidad de disponer el cuadro para el mejor efecto del altar, ilustró las escenas evangélicas o del santoral con detalladísimos fondos que son idílicos panoramas de Umbría y Toscana, con casitas y predios salpicados deliciosamente de árboles, todo ello refulgente, como bañado por una lluvia de color que ha dejado un esmalte luminoso sobre los objetos. Sin embargo, en aquellos paisajes peinados y cepillados nos hallamos muy lejos del realismo poderoso de Masaccio.

Este mundo apagado del bajo suelo es, para Fra Angélico, pálido reflejo de otro mundo superior, el Empíreo, poblado de seres celestiales. La Coronación, del Louvre, su Madonna de la Estrella y otros varios altares y retablos del pintor Angélico constituyen extremadas visiones celestes en las que las cosas aparecen envueltas en una atmósfera luminosa como la que inunda el reino de los bienaventurados.
pinturas del renacimiento
La coronación de la Virgen de Fra Angélico (convento de San Marcos, Florencia). Bajo la escena principal, seis monjes asisten al momento de la coronación de la Virgen con grave devoción.

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