«Murió Fra Angélico -dice Vasari- a los sesenta y ocho años, en 1455, dejando entre sus discípulos a Benozzo Gozzoli, que imitó siempre la sua maniera.» Este, que le había ayudado como aprendiz en Orvieto y Roma, según consta también en documentos, fue verdaderamente su sucesor, pero sin aquel espíritu piadoso que colmaba el alma del gran dominico. Benozzo Gozzoli aprendió del Angélico la gracia ingenua de sus composiciones, su minucioso cuidado en embellecer las figuras con detalles preciosos, el color claro y brillante, la fina observación de los tipos; pero le faltó aquel toque divino que impregnaba de un ideal maravilloso los cuadros del beato. Gozzoli fue principalmente autor de decoraciones murales: apenas pintó retablos para las iglesias.
Los frescos de Benozzo Gozzoli están repartidos en tres conjuntos: el primero, en Montefalco de Umbría, en el convento de los franciscanos, donde reprodujo los temas de la vida de San Francisco; el segundo, en San Gimigniano, en Toscana, donde pintó, en una capilla de la colegiata, la historia de San Agustín, y el tercero, y más importante, en Pisa, en los muros del Camposanto, que, comenzados a pintar en el siglo anterior, tenían un lado del claustro, el que mira a Levante, sin decorar todavía.
Esta es la serie más conocida, y también la más larga, de las obras de Gozzoli, y ha resultado en gran parte destruida, y estropeada en los fragmentos subsistentes, por el incendio que ocasionó una bomba en 1945. Sus escenas pertenecían al Antiguo Testamento, y la mayor parte de ellas, a relatos de los primeros libros de la Biblia; las últimas representaban la lucha de Goliat con los filisteos y la visita de la reina de Saba.
Son famosas varias figuras del destruido fresco de las Vendimias. A un lado del patriarca Noé, dos mujeres bellísimas llevan sus canastillas repletas de uvas moradas. Los vendimiadores están subidos en escaleras para coger los racimos de las vides altas, como se cultivan todavía en Italia. Sin la figura de Noé, con su nimbo y su ropaje de patriarca, creeríamos encontrarnos, en un día de septiembre, en la hacienda de un rico possidente rural de la campiña toscana, cuando los campos y las casas parecen saturados del penetrante y exquisito olor del mosto nuevo.
En la decoración de esta pared del cementerio de Pisa pasó Benozzo Gozzoli diecisiete años, desde 1468 hasta 1485, y el conjunto realmente requería este tiempo, porque la serie de frescos era inmensa. Había allí todo un mundo de imágenes, una vasta aglomeración de patriarcas semigigantes, multiplicándose y juntándose con poco orden, como en los primeros días del mundo, cuando todavía no se había organizado una verdadera sociedad civil.
Si en estas composiciones, excesivamente grandes, del Camposanto de Pisa, Benozzo Gozzoli se perdió en elementos anecdóticos, otra obra suya basta para inmortalizarle como uno de los más afortunados pintores de todos los tiempos. Es la gran pintura al fresco con que decoró en 1459 la capilla del palacio Medici-Riccardi de la vía Lata, en Florencia, que Michelozzi construyó por encargo del gran Cosme, para residencia de la familia. Es una estancia reducida, sin luz, pero tan vivamente irradiada por las pinturas de sus paredes, que todavía hoy la hacen una de las joyas más preciadas de la ciudad de Florencia.
Mientras los frescos de Pisa estaban ya algo descoloridos y descompuestos por la humedad antes del incendio, los de la capilla de los Médicis resplandecen todavía con el oro y las frescas gamas de verdes y rojos. El asunto es muy simple: una cabalgata de ricos señores, que quieren representar los Reyes Magos, acude a adorar al Niño y a la Virgen, que estaban en el altar (donde ahora hay otra tabla de Filippo Lippi, ya que la primitiva que allí había se encuentra en Berlín). Pero este tema es un pretexto para presentar una comitiva de nobles y magnates florentinos, pues los reyes son grandes personajes de la familia de los Médicis; el viejo Cosme, su hijo Pedro y su nieto Lorenzo, que, adolescente, va con una gran corona de rosas, jinete en un caballo enjaezado que ostenta las armas de la familia. Detrás siguen una multitud de huéspedes y amigos de los Médicis, y en primer término los más ilustres: el emperador Juan Paleólogo y el patriarca de Constantinopla, que habían acudido a Florencia para asistir al Concilio que había de tratar de la reunión de las dos Iglesias.
San Agustín niño es llevado a la escuela de Benozzo Gozzoli (Museo de Arte, San Gimignano). Pintura al fresco de 1465. Gozzoli logra crear un gran espacio arquitectónico, con una marcada profundidad gracias a los edificios del centro de la composición, en la que los personajes se mueven con gran soltura.