Giotto y la figura del artista

 

Con Giotto no sólo se dan los fundamentos de la pintura moderna, sino también los trazos que hicieron visible al individuo sacándolo del anonimato medieval. Su decisión de romper con los estereotipos italobizantinos en favor de la pasión e imaginación como atributos de la obra de arte supone una reivindicación del sujeto artista como motor de la libertad creativa. Sus pinturas y sus diseños arquitectónicos transmitan esa sensación de humanidad, cotidianidad o autoridad, aún en el marco rígido de las escenas religiosas o de la funcionalidad de los templos.

En Giotto late ya la vita nuova de la que darán testimonio Dante y Petrarca, esa actitud artística que exalta la intensidad de los sentimientos como expresión de perennidad del amor y de la individualidad del ser humano. En este sentido, Giotto podría también decir de su obra y de los personajes que en ella representa, lo que Petrarca dice en el epígrafe de su Canzoniere: "Laura, célebre por sus propias virtudes y por mis poemas que tanto se complacieron en cantarla...".

Desde este punto de vista, la obra artística trasciende el tiempo indefectiblemente unida a la emoción y a la personalidad del artista, al que identifica y sitúa en la memoria colectiva. De aquí que esta conciencia de la individualidad sea, aunque no haya sido el único, una de las contribuciones fundamentales de Giotto a la consideración del artista como creador original y, por tanto, con derecho a ser reconocido por la sociedad.

El reconocimiento y el prestigio social son desde entonces para el artista la plataforma que lo distingue y sitúa por encima del estatus de mero artesano repetidor más o menos hábil de fórmulas preconcebidas.





Giotto y la figura del artista
.