Luca della Robbia

Volviendo otra vez los ojos a Florencia (Jacopo della Quercia sólo fue un episodio), todavía en lo que faltaba de siglo había de producir aquella ciudad varios geniales maestros en el arte de la escultura. Si Verrocchio fue el heredero de Donatello como fundidor, en cambio el que continuó y acentuó la elegancia plástica de su estilo fue otro amigo suyo y de Ghiberti, Lúea della Robbia (1400-1482), el primero de una familia de artistas que hicieron famoso su apellido principalmente como ceramistas y esmaltadores de esculturas en obras de terracota. Sin embargo, la primera obra identificada, con certeza, de Lúea della Robbia es de escultura en mármol. Son los relieves de una Cantaría, que le encargó la catedral de Florencia en 1431, concluida en 1438 que debía formar pareja con la de Donatello.
El artista representó de nuevo el asunto de los niños cantando, y sus relieves llegan a superar a los de Donatello en penetración espiritual del sentimiento de la música. Hay en los de Lúea menos agitación; este artista es más tranquilo, y más religioso, y por lo tanto debió de sentir con más serenidad las bellezas que emanan de la música. Un grupo de niños hacen sonar las trompetas, mientras otros juegan alegremente, como si para ellos no hubiera más cánticos que los de las solemnidades de alegría, como la Natividad o la Epifanía.
Pero en los parapetos laterales unos muchachos mayores, capaces ya de comprender un efecto musical elevado, siguen absortos la lectura de los cantos espirituales: los situados en primera fila sostienen el libro o rótulo con las solfas, los de detrás miran por encima de los hombros, jugando unos inconscientemente con los rizos de los menores, siguiendo otros el compás con el pie o con la mano. Nunca en la plástica del mármol se ha reproducido más intensamente la armonía del canto; las voces infantiles parecen resonar en aquellas bocas en armonías prolongadas, dando unas las notas bajas, elevando otras el tono según las exigencias de la escala musical.
Esta obra bastaría para inmortalizar a Lúea y elevarlo a la altura de Donatello; pero, además, labró varios relieves para el campanile, contenidos en hexágonos regulares como los de Andrea Pisano, y concluyó la puerta de bronce de la sacristía del Duomo, que Donatello había dejado sin terminar, mostrándose digno continuador del gran maestro. Mas, pronto su espíritu delicado debía lanzarse al nuevo arte de los relieves de tierra cocida con esmaltes vidriados, del cual había en Toscana pocos precedentes. Se ignora por qué caminos Lúea, que no parece haber sido un inventor, llegó a producir sus primeras cerámicas vidriadas. La importación de lozas vidriadas de Manises, que por entonces influían en las cerámicas de Faenza, pudo ser el vehículo.
La técnica, sin embargo, era sencillísima: los modelos, ejecutados en barro, eran esmaltados al fuego con colores claros, casi siempre los mismos: el blanco o azul para el fondo, el blanco también para las carnes y los vestidos. Las orlas y recuadros son de flores y frutos, ramas de pino, rosas y espigas de trigo, como suelen verse en verano en las ventanas de los risueños pueblos vecinos de Florencia, de colores más vivos y variados. El arte de Della Robbia era un arte popular; las cerámicas de los talleres de los descendientes de Lúea decoran aún muchas de las encrucijadas de Italia; algunas de las más bellas esculpidas por él mismo, como las Madonnas de la Vía deirAgnolo o la de San Pierino, hoy en el Museo del Bargello, han estado hasta hace poco al aire libre, respetadas por todo el mundo, y bastantes quedan, todavía, in situ.
Asombra pensar que las frágiles Madonnas de tierra cocida del gran Lúea después de cuatro siglos, se hallen intactas, sin que nada haya degradado sus bellos bustos esmaltados. Porque, realmente, en las primeras obras de Lúea della Robbia la gracia florentina llega al colmo; las Madonnas son delicadas Vírgenes de manos finas y cabeza suave; los ángeles las adoran llevando vasos de flores o volando alrededor de la amable reina de los cielos, que tiene las esbeltas formas de una joven toscana. El color, algo rural, parece puesto para hacer destacar la finura de los gestos. Pero en los descendientes de Lúea, su sobrino Andrea y el hijo de éste, Giovanni, que son algo inferiores al gran maestro, el efecto artístico se logra por el encanto de la gama de colores. Los últimos Della Robbia hacen grandes altares policromados y vidriados por completo.

Cantaría

Cantaría, detalle, de Lúea della Robbia (Museo dell'Opera del Duomo, Florencia). Tanto en este detalle como en el de la página anterior se representan jóvenes adolescentes que cantan a coro, atentos al libro de música o tocando algún instrumento, como la lira o la mandolina. Se aprecia la utilización de diferentes técnicas escultóricas, desde esculturas en altorrelieve a simples esbozos sobre el mármol.