El Renacimiento en España

 

A finales del siglo XV España estuvo invadida de artistas extranjeros. Los Reyes Católicos, así como también magnates y grandes eclesiásticos, llaman o admiten a arquitectos, escultores y tallistas neerlandeses, borgoñones, alemanes y franceses. Ese trasiego de artistas no fue una singularidad española sino que se convirtió en un fenómeno general en la Europa de entonces. Hasta mediados del siglo XVI vemos a flamencos e italianos acudir a las cortes de los monarcas de Inglaterra y Francia, tan numerosos como lo fueron en España. Una sola tradición artística de antigua raigambre peninsular se mantuvo por aquellos años incólume: el arte mudéjar en sus formas de aplicación a la arquitectura, la carpintería de lo blanco, en la que los artífices moriscos seguirán todavía desplegando una gran actividad, y siguieron destacando en especial en la construcción de arte-sonados y puertas. Dará idea de lo arraigadas que estaban las formas mudéjares en el sur de España el tratado titulado Carpintería de lo blanco de Diego López de Arenas, con abundantes grabados de lacerías mudéjares, que fue reimpreso todavía en 1727. Ya puede comprenderse, pues, que durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando los artistas fluctúan aún entre lo viejo y lo nuevo, este arte híbrido neomusulmán les obsesiona, y triunfa en las restauraciones del Alcázar de Sevilla y de la Aljafería de Zaragoza, y, sobre todo, en los techos del palacio de los duques del Infantado, en Guadalajara.
Asimismo, en la decoración arquitectónica, blasones y motes heráldicos adquieren, al finalizar el siglo XV, enorme importancia. Ésta es una característica que perdura hasta bien entrado el XVI, y que da al exorno evidente altisonancia. Grandes escudos flanqueados por figuras hercúleas y sostenidos por el águila de San Juan, en tiempos de los reyes, o por el águila imperial (de alas desplegadas) bajo el emperador Carlos, campean en las fachadas, a las que imprimen, de este modo, un magnífico sello de majestad. El repertorio decorativo era al principio totalmente gótico, como góticas eran las molduras, aunque se combinaban en sinuosos enlaces de líneas, que se separan ya del gótico flamígero, para adquirir así acusada significación de barroquismo. Ello puede comprobarse, por ejemplo, en las grandes fachadas, ornamentadísimas, del antiguo Colegio de San Pablo y del Colegio de San Gregorio, en Valladolid, atribuidas, respectivamente, a Simón de Colonia y a Gil de Siloé.
De varios arquitectos, tallistas y escultores extranjeros que trabajan en Castilla en los primeros años de esta época se habla al tratar de la última etapa del gótico español. Son, además de Gil de Siloé y de Juan de Colonia y su hijo Simón, Juan Guas, Enrique Egas, el escultor francés Felipe Vigarny o Biguerny, etc. Junto a ellos, o colaborando con ellos, sobresalen españoles tales como Juan de Badajoz y su hijo y homónimo (que trabajaban en León), Juan de Álava, la gran figura italianizante de Lorenzo Vázquez, Juan Gil de Hontañón, padre de Rodrigo Gil de Hontañón, que con Pedro Machuca comparte la gloria de haber fijado un estilo claramente renacentista español, que se desarrolló con anterioridad al estilo rigorista de Juan de Herrera.
Enrique Egas, hijo del bruselense Annequin Egas, fue el asesor e inspector de las obras pagadas por los Reyes Católicos. La labor de este artista resulta en gran parte anónima; aunque intervino en todo poco puede atribuírsele. Por ejemplo, fue él quien diseñó la traza de la última gran catedral gótica realizada en España, la catedral nueva de Salamanca, cuyas obras, comenzadas en 1513, se interrumpieron varias veces para continuarse, aún en aquel estilo, en 1560, cuando ya se habían construido en el renacentista las de Granada y Málaga. Por cierto, hay que señalar que habiéndose reunido los canónigos de Salamanca en una especie de congreso para decidir si debía continuarse aún en el estilo gótico, la mayoría -y entre ellos se contaba Herrera, el arquitecto de Él Escorial- aconsejó que se acabara de acuerdo con el plan gótico primitivo.
Por otro lado, cabe dudar del origen extranjero de los hermanos Enrique y Juan Guas (o de Guas). Autores del palacio de los Mendoza (o del Infantado) en Guadalajara. Por la leyenda de su sepulcro sabemos que Juan de Guas fizo San Juan de los Reyes, la vasta capilla real, en los Franciscanos de Toledo, que los Reyes Católicos habían destinado para su sepultura antes de decidir que se les enterrase en Granada, la ciudad tan deseada por ellos y que después prefirieron para que guardara sus restos mortales. Pero la posteridad ha de admirar a San Juan de los Reyes como un panteón real. Su decoración interior, llena de las cifras coronadas de Fernando e Isabel, con sus motes y con enormes escudos sostenidos en alto por águilas gigantescas, quedó del color blanco de la piedra, sin policromarse ni dorarse. Faltan, pues, el negro de las águilas y el oro y rojo salpicando aquellos muros con sus colores heráldicos. Asimismo, cabe destacar que a excepción de las ya citadas catedrales de Granada, Salamanca y Málaga, éste no fue tiempo en que se construyeran grandes iglesias, por otro lado. Una razón bien sencilla explica esta singularidad, y no es otra que el hecho de que las viejas ciudades del centro de la Península tenían ya sus enormes catedrales góticas, más que suficientes. De este modo, los reyes se dedicaron sólo a erigir capillas junto a monasterios, que visitaban con frecuencia.

Puerta principal del Monasterio de San Juan de los Reyes
Puerta principal del Monasterio de San Juan de los Reyes, en Toledo (Castilla-La Mancha). Su construcción fue un encargo de los Reyes Católicos al arquitecto Juan Guas en conmemoración de la batalla de Toro de 1476. El portal de estilo renacentista está custodiado por estatuas de santos.

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