La pintura, una excepción notable

 

La pintura tenía antecedentes más considerables, y acaso por esto produjo en la hora de la Reforma obras de extraordinaria excelencia.
El llamado estilo gótico internacional, que originariamente es una fase germánica de la pintura gótica, había producido escuelas cuatrocentistas regionales importantes en Suabia y a lo largo del Rin, sobre todo en Colonia, ciudad cuya tradición pictórica culminó, en los últimos decenios del siglo XV, en el taller del maestro Stephan Lochner, autor del altar mayor de la catedral. Se trata de un tríptico, pintado en 1442-1444, que se conserva todavía en perfecto estado en la misma catedral. Sobre el fondo de oro, sus tonos, brillantes pero suaves, casi sin veladuras, tienen aún el colorido de los esmaltes más que el de la pintura al óleo. Pero, además, la pintura germánica contó durante el siglo XV con otras muy importantes figuras, como Konrad Witz, autor que destaca con trascendencia parecida a la que tuvieron en la escuela contemporánea florentina Andrea del Castagno o Paolo Uccello.
Se sabe que Witz viajó por Borgoña y Flandes, donde debió ver obras de Van Eyck, y que en 1434 ya aparece establecido en Basilea. Allí pintó el retablo mayor de la catedral, destruido durante la Reforma en el siglo XVI y del que todavía hoy se conservan doce fragmentos dispersados entre los museos de Basilea, Berlín y Dijon. En 1444 pintó el retablo de la catedral de Ginebra y lo firmó Magister Conradus Sapientis (forzando un poco la traducción literal al latín del apellido alemán Witz). El cariño que sintió por la ciudad y el cantón de Ginebra se revelan en los paisajes absolutamente reales que introduce como fondo de las escenas de este retablo. Es famoso el Episodio de la pesca milagrosa, que Witz sitúa en la misma orilla del lago Leman donde está Ginebra.
Más tarde, aún en el siglo XV o ya en el XVI, destacarían el tirolés Michael Pacher, en quien se encuentra un sentido de la monumentalidad que hace pensar en ciertas obras de Mantegna; Michael Wohlgemuth, de Nüremberg, primer maestro de Durero, y, en Colmar (Alsacia, hoy en Francia), Martin Schongauer, pintor y grabador, de quien Durero fue también discípulo. Estos dos últimos autores son, pues, un precedente inmediato de Alberto Durero, uno de los genios más complicados de Alemania y aun de la Humanidad. Con Durero se manifiesta una figura de primer plano, no sólo por su obra, sino por sus meditaciones teóricas. Una y otras muestran que el renacentismo de Durero no es un resultado de la influencia exterior del clasicismo italiano, sino una recreación de todo su proceso interno, sanamente enraizado en la tradición germánica. A este gran artista se dedica un próximo capítulo.
Durero dejó un discípulo importante, cuyas obras traducen bien el desasosiego y la profunda crisis espiritual de su tiempo. Es Hans Baldung (apodado Gríen porque, al parecer, se vestía con trajes de color verde), cuyos temas (La Muerte y la Doncella, del Museo de Basilea, por ejemplo) reflejan la agitación intelectual y afectiva, típica de aquel tiempo. Hans Baldung Grien había nacido en Weyersheim, cerca de Estrasburgo, en 1480. Gran parte de su actividad se desarrolló en Estrasburgo, la capital del Alto Rin, donde murió en 1545. Su sensualidad, unida a un sentido muy vivo de lo grotesco, se hace patente en la serie de alegorías sobre la vida y la muerte que pintó en su madurez. A esta serie pertenece la obra ya citada y otras, como Las Edades y la Muerte, del Museo del Prado, en las que aparece como una obsesión el tema medieval de la Danza de la Muerte. Tema que también surge en Durero y se verá reaparecer en otros artistas germánicos.
Durero tuvo también otro artista contemporáneo ilustre en la persona del pintor y grabador Hans Burgkmair (1475-1531), que perteneció al bando católico y en 1495 estuvo en Italia. Trabajó como grabador para el emperador Maximiliano, y en sus pinturas recogió suavidades propias de la entonces naciente escuela veneciana. Incluso el flamenquismo evidente de su Crucifixión, de la Pinacoteca de Munich, aparece temperado por la suavidad veneciana. Su tabla de San Juan en Palmos (también en Munich) es una de las primeras evocaciones directas de la naturaleza tropical.
Por lo demás, los grabados y los escritos de Durero influyeron sobre manera en los maestros de la generación siguiente.
El más popular de todos ellos, en su tiempo, fue Lucas Cranach el Viejo, cuyo taller de Wittenberg era centro de gran actividad artística, donde trabajaron él y su hijo con algunos discípulos. Amigo íntimo de Lutero, este artista encarna todas las tendencias expresionistas y humanistas (es decir, antiitalianas) de la cultura alemana del siglo XVI.

El Demonio sosteniendo el Libro de los Vicios a San Agustín, de Michael Pacher
El Demonio sosteniendo el Libro de los Vicios a San Agustín, de Michael Pacher (Alte Pinakothek, Munich). Perteneciente al altar de los Padres de la Iglesia realizado entre 1482 y 1483, para algunos especialistas la representación siniíula un intento de tentar al santo por parte del diablo, mientras que para otros un demonio caracterizado por un segundo rostro luciferino en el trasero sostiene en realidad un misal. Muy influido por los pintores flamencos, Pacher conservaría sin embargo una concepción medieval de las formas, tal y como pone de manifiesto este gran retablo de madera.