Retrato de Felipe II

 

La imagen que mejor representa los últimos años de Felipe II, y uno de sus más famosos retratos, es la obra pintada en la década de los noventa por Juan Pantoja de la Cruz y conservada hoy día en la Biblioteca de El Escorial.
Pantoja, convertido en estos años en el retratista cortesano por excelencia, en el Retrato de Felipe II presenta una de sus obras maestras al captar a la perfección el concepto de majestad, basado esencialmente en el retraimiento, que se estaba convirtiendo en emblemática de la Casa de Austria. Esta reducción de la imagen a emblema, alcanza en la actitud misma de Felipe II caracteres de paradigma.
Una imagen rígida, solemne y distanciada, que convierte al retratado en un puro signo emblemático y en la representación pictórica de una idea abstracta. Se trata de una trayectoria común a la pintura de corte europea de fines del siglo XVI, a lo largo del cual se tiende hacia la representación de una imagen del soberano cada vez más fría, distanciada y majestuosa.
Juan Pantoja de la Cruz, seguidor y discípulo de Sánchez Coello, formuló toda una idea del retrato en paralelo con las tendencias imperantes: un mayor hieratismo y sentido abstracto y ceremonial de la figura. El deseo de Felipe II de alcanzar, por medio de la pintura, una imagen que respondiera lo más perfectamente posible a una visión de majestad, que él cultivaba de forma muy minuciosa, se consigue perfectamente en el presente lienzo. Es su obra más célebre. En ninguna pintura mejor que en ésta llegó a alcanzar un mayor sentido expresivo la rigidez y la estereotipa-ción de unas posturas, la inexpresi-vidad y blancura de un rostro.
Aquí, ha desaparecido la insistencia en el lujo y en las joyas y se hace ostentación de lo contrario
por medio del despojo y austero traje negro, del que sólo se destaca el Toisón de Oro, y que actúa como elemento emblemático de la imagen exterior que de sí misma pretendía dar el soberano en los últimos años de su vida. Pantoja propone un retrato en el que la majestad del retratado se logra a través de la insistencia en los rasgos congelados de su rostro y en el estatismo de la postura.
El pintor sitúa la figura, ya anciana, de pie y sobre un fondo oscuro, con los habituales motivos de la silla, la columna y los cortinajes, elementos todos componentes de la retratística de aparato. Es precisamente esta insistencia en lo plano, lo geométrico y lo escueto lo que presta riqueza significativa a una obra que trata de expresar la oculta y distanciada majestad del Rey de España.
La diferencia de este óleo sobre lienzo de 1590, con el realizado por Tiziano, en el que aparece vestido de armadura, es obvia. De la representación victoriosa y guerrera del monarca se ha pasado al recogimiento y la interiorización; del rey que guía majestuosamente a sus tropas, al monarca escondido en los laberintos de El Escorial. Con Pantoja se está ante el desplazamiento del personaje a un mundo abstracto e irreal.
Retrato de Felipe II, de 181 x 94 cm. conservado en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, es uno de los mejores ejemplos de esa imagen del "rey oculto" de la que tanto la historia ha hecho referencia.



Retrato de Felipe II