En cuanto a la interpretación del tema, parece convincente la que ve en esta pintura una alegoría del reino de Venus, interpretada según la filosofía neoplatónica -divulgada entonces en Florencia por Marsilio Ficino como «Humanitas»: «Venus = Humanitas», esto es, unidad, armonía, entre naturaleza y civilización.
Otros han querido ver una alegoría del amor entre Juliano de Médicis y Simonetta Cattaneo Vespucci, o de la muerte de esta última en 1476 (Simonetta alcanzada por la muerte, el Céfiro, y su renacer en el Elíseo); otros un tema sugerido por Poliziano sobre apuntes clásicos; otros incluso la representación de los meses, desde febrero (Céfiro) a septiembre (Mercurio).
Una fuerte sugestión se desprende, en efecto, de esta pintura donde elementos incluso eróticos (el Céfiro que persigue a Flora) se elevan hasta una espiritualidad refinada, melancólica, como también en las Gracias desnudas bajo sus velos y donde, en la penumbra del bosque florido, las gráciles figuras en su linearismo melódico, fluido, leve, adquieren verdaderamente una calidad mítica, como de ensueño. Estas cualidades de ritmo, de sublimación del realismo, de misterioso y fascinante mensaje, justifican para una obra semejante la frase de Leonardo que dice que «la pintura es una poesía muda».
En 1478, inmediatamente después de la fallida conjura de los Pazzi contra los Médicis, Botticelli recibe el encargo de pintar al fresco sobre una puerta lateral del Palazzo Vecchio (donde tenía entonces su sede el Bargello o Jefatura de Policía) las figuras de los conjurados en la horca. Algo que ya había hecho Andrea del Castagno en el Palacio del Podestá, con ocasión de la conjura de los Albizzi.
Esto supone para el artista una «remeditación» sobre el enérgico plasticismo de Castagno como, en efecto, muestran también el San Agustín de la iglesia de Ognissanti en Florencia y la Anunciación de San Martín en los Uffizi.
El San Agustín fue pintado al fresco por encargo de los Vespucci en 1480, para hacer pendant con el San Jerónimo realizado por Ghirlandaio en la misma iglesia de Ognissanti: sobre el fondo del gabinete-estudio, con muebles, instrumentos, libros, etcétera, de una precisa definición plástico-perspectiva, la figura aparece con una energía apasionada.
Por segunda vez Botticelli consigue triunfar óptimamente al adoptar la técnica de la pintura al fresco -en la que, desde luego, eran maestros los florentinos- en su representación de la Anunciación para la Logia de San Martín alla Scala en 1481 según rezan los documentos.
Esta pintura, hoy expuesta en forma destacada en la Galería de los Uffizi, fue hace tiempo deteriorada por trabajos murales posteriores que en cierto modo destruyen la unidad del conjunto.
Pero, a pesar de ello, presenta vigorosamente al ángel de colores centelleantes que llega volando hasta un pórtico ornado de pilastras y enriquecido por un cálido pavimento marmóreo, sobre el fondo amplio y profundo de un jardín y de un paisaje típicamente toscanos; mientras a la derecha, la Virgen sensitiva, arrodillada sobre una alfombra bellísima, está en su cámara en cuyo fondo se ve el lecho de un intenso pictoricismo en la colcha de velo transparente. Si bien en esta obra se conserva el esquema iconográfico fundamental para la escena de la Anunciación, aparece no obstante en ella una renovación notable, una modernización decidida de los detalles; y -siempre bajo la inspiración de Castagno- una gran fuerza del dibujo, unida, sin embargo, a un valor pictórico que se anticipa con toda evidencia, a la pintura veneciana del cinquecento.
Más complejos son los frescos de Botticelli en la Capilla Sixtina de Roma, realizados desde el verano de 1481 a la primavera o verano de 1482. El papa Sixto IV della Rovere llamaba a pintar en aquella capilla a artistas florentinos o educados en Florencia; así, además de Botticelli, a C. Cerroselli, Chirlandaio, Perugino y más adelante a Signorelli, Pinturicchio y Piero di Cosimo. Botticelli realizó en colaboración con sus discípulos figuras de papas y tres grandes escenas representando, respectivamente, las Pruebas de Moisés, la Tentación de Cristo y el Castigo de los rebeldes contra Aarón. El más feliz de estos frescos es el primero, planteado en sus distintos episodios sobre líneas diagonales y con las seductoras figuras centrales de las hijas de Jetro. Múltiple en personajes y rica en retratos es la segunda escena, donde ya se notan ciertas influencias de la reciente Adoración de los Magos del joven Leonardo. La tercera escena, con edificios clásicos, como un arco romano, muestra cierta influencia del Perugino y del ambiente arqueológico de Roma. Mas, en conjunto, el estilo de Botticelli, aun siendo elevadísimo, denuncia aquí cierta tensión de valentía (en la que se inspirará después su discípulo Filippino Lippi), una estructura demasiado cargada y una tensión nerviosa excesiva.
Anunciación de Sandro Botticelli (Gallería degli Uffizi, Florencia). Originariamente esta pintura al fresco estaba emplazada en la Logia de San Martin alia Scala. En ella Botticelli logra crear, en un marco arquitectónico ideal, una escena dividida en dos partes iguales, en la de la izquierda aparece al Arcángel San Gabriel y en la derecha la Virgen María, separados por una columna ricamente decorada. El fondo de la escena del Arcángel es un paisaje y el de la Virgen el interior de una alcoba.