Incluso el diabólicamente malicioso Pietro Aretino, en una carta a Tiziano, que estaba entonces en Augsburgo pintando el retrato de Carlos V, dice que «Lotto era bueno como la misma bondad». Ello no excluye, sin embargo, que -como todos los grandes introvertidos-junto a serias preocupaciones de moralista, Lotto muestre una admirable capacidad para apreciar detalles cómicos incluso en las escenas consideradas místicas y dramáticas. La larga y trabajada vida de este artista terminó el año 1556 en el santuario de Loreto, donde había entrado a servir como lego cuatro años antes.
Otro pintor también nacido en Bérgamo, como Lotto, pero más joven que él, fue el insuperable retratista Giambattista Moroni. Se tienen pocas referencias de su vida. Se ha dicho que Moroni estudió en el taller de Tiziano, lo cual sólo se funda en la tradición, corrientemente admitida, de haber alabado el Tiziano los retratos de Moroni, diciendo que eran muy vivos o verdaderos: veri. Y, en efecto, Moroni ha dejado una serie de retratos que tienen aún hoy vida bien propia. En la mayoría de los museos más importantes de Europa, el visitante versado en la contemplación de magistrales pinturas, después de fatigarse la vista mirando cuadros, se encuentra de repente con uno de estos hombres verdaderos, veri, de Moroni, que pasman por su realidad.
En su vejez, Moroni fue tentado con encargos a realizar composiciones religiosas y hasta se propuso pintar un Juicio Final en el cual estaba trabajando cuando murió en 1578. Y no hay que decir que con estas pinturas intelectuales sólo consiguió Moroni demostrar cómo pueden perjudicar a un artista los deseos de doblegarse o de amoldarse a las exigencias del público.
A fines del siglo XVI, Venecia, en el terreno del arte, parecía agotada por tanto esfuerzo, pero aún produciría otra etapa brillante, desarrollándose durante el transcurso de otro período fastuoso, el siglo XVIII, en pleno barroquismo.
Jacopo da Ponte, llamado el Bassano (del lugar de su nacimiento), es quien cierra, en realidad, este ciclo de la pintura véneta del siglo XVI. Influido por Tintoretto y Lotto, es jefe de una subescuela local cuyos más destacados componentes fueron sus hijos Francesco y Leandro, cuyas características son el especial tratamiento de la luz y la sombra y la reiteración de sus temas bucólicos de pastores y bestias, presentados con decidido naturalismo. Tal fue la importancia que adquirieron estos elementos en sus obras, que acabaron por ser la única excusa para su pintura. Así realizaron series de las cuatro estaciones, de los trabajos del campo, de la entrada de Noé en el arca, etc. Se percibe, además, que pusieron empeño en recordar el aroma del heno, de los árboles; el olor de las bestias, su pelaje, etc.
Su naturalismo, ese materialismo provocador fue ásperamente criticado por los románticos del siglo XIX. Théophile Gautier, por ejemplo, dice en su Viaje a Italia que le horrorizan los cuadros de los Bassano y los califica de «aburrida pintura de pacotilla». Hoy nuestra opinión ha cambiado profundamente. Los Bassano representan la tendencia de aquella época en literatura y hasta en música: ya no se escribían grandes epopeyas como el Orlando Furioso-, a fines del siglo XVI lo que se leía era la Arcadia, de Sannazaro, cuya primera edición se imprimió precisamente en Venecia. Los Bassano tuvieron el valor de ser rústicos autores de églogas.
Asunción de la Virgen de Tintoretto (iglesia de Santa Maria Assunta, Venecia). En la mitad superior, la Virgen sube al cielo rodeada por los ángeles y envuelta en nubes, y en la mitad inferior, los apóstoles contemplan el milagro con emoción.