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Historia del Arte

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Tiziano: sus últimos años (II)

Con insistencia, en 1547, Tiziano solicitará a Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, el cargo del Piombo, que se concederá en cambio, más tarde, a Girolamo della Porta. Por otra parte, con gran sagacidad, Tiziano hallaba una fuente de ganancias, además de en la venta de sus cuadros y de las tierras que poseía en Cadore, en los derechos de reproducción de los grabados que Cornelio Cort y Niccoló Boldrini tiraban de algunas de sus obras. Y durante el regreso de su segunda estancia en Augsburgo, al detenerse en Innsbruck, el pintor, con buen acierto, pidió y obtuvo del rey Fernando de Austria la concesión para la tala de un gran bosque en el Tirol. Más tarde, en 1564, volviéndose improvisado comerciante en madera, vende el bosque al duque de Urbino.

A menudo, en sus cartas a los varios clientes, pero sobre todo en las dirigidas a Felipe II, solicita respetuosa pero firmemente el pago de las obras entregadas y de las pensiones concedidas. Por otra parte, su misma amistad con Pietro Aretino pudo haber sido consolidada y justificada, en parte, por un interés práctico común en la vida y por un fuerte apego al dinero que, tal vez, estimuló la acrimonia de Jacopo Bassano que representó a Tiziano en una escena de la expulsión de los mercaderes del templo, bajo la figura de un usurero. Su avidez de riquezas no significa desde luego avaricia o mezquindad, sino que más bien contribuyó al bienestar de su vida.

Le permitió esa abierta hospitalidad que demostró con numerosos personajes de la época, venecianos y extranjeros, en su casa de Birri Grandi, donde «… antes de que se pusieran las mesas, ya que el sol, a pesar de que el lugar fuera sombreado, aún dejaba sentir sus fuerzas…»»y se iba pasando el tiempo en la contemplación de las vivas imágenes de sus excelentísimas pinturas…” y desde donde, al ponerse el sol, se disfrutaba de la vista del mar abierto y animado «… por mil pequeñas góndolas, adornadas con hermosas mujeres y resonantes de diversas armonías y música de voces y de instrumentos que hasta la medianoche…»alegraban las veladas de los huéspedes. Bienestar y música vuelven a entrar en el círculo de la vida de Tiziano, hermanándose con su actividad y con su amor por la pintura. De todo ello emana un clima de serenidad y de plenitud de vida que justifican la acertada definición de Vasari acerca de la gran personalidad del pintor: «Tiziano fue sanísimo y afortunado como ningún otro igual suyo lo ha sido nunca; y no recibió del cielo más que favores y felicidad».

Al estudiar la actividad de Tiziano, se llega a una conclusión acerca del pintor que, partiendo de una definición de su época, se amplía en el tiempo y en la estimación. En efecto, a mediados del siglo XVI, Lodovico Dolce escribía: «Sólo a Tiziano debe atribuirse la gloria del perfecto colorear que no tuvo ninguno de los antiguos o, si alguno la tuvo, faltó en cambio a quien más y a quien menos, a todos los modernos: por ello, como dije, camina a la par con la naturaleza; de modo que cada figura suya está viva, se mueve y sus carnes se estremecen» y también «… tan sólo con esa minúscula chispa que descubrió en las obras de Giorgione, vio y conoció la idea del pintar perfectamente».

Sin duda con Tiziano nace un arte distinto, nuevo, que es el antecesor absoluto y necesario de Rubens, de Rembrandt, de Velázquez e, incluso, de Delacroix y de Renoir. Por medio de expresiones siempre renovadas en las cuales las amplitudes cósmicas, la naturaleza y el hombre se compenetran, y todo objeto, aunque sea un trozo de tejido o el mármol de una columna, se transforman en realidad viviente, el color se hace para Tiziano el elemento primario, creador por sí mismo de imágenes y de naturaleza. En su arte todo se convierte en pintura, dibujo y relieve se pierden en el color y se transmutan sólo en color. Esto es lo que no comprendieron ni Miguel Ángel, quien dijo que»… era lástima que en Venecia no se aprendiera desde un principio a dibujar bien y que aquellos pintores no dominaran mejor el estudio. Siendo así que si este hombre fuera asistido por el arte y por el dibujo como lo es por la naturaleza…”, ni Vasari, que expresó reservas acerca de su «forma de pintar sólo con los colores mismos, sin más estudio dibujado en el papel».

Este color suyo se vuelve suave, a veces rico y suntuoso, de una riqueza casi material, otras leve, evanescente, en las claridades luminosas que con él crean inolvidables atmósferas.
En la creación fantástica de su cromatismo, Tiziano es decidida y conscientemente un hombre del Renacimiento al que pertenece por gusto y por cultura. Cultiva nobles ensueños, pero al propio tiempo crea realidades terrenales robustas y que participan de violentas sensualidades. Ciertamente, no es inmune a la crisis espiritual que atormenta a esa intelectualidad renacentista, crisis que florecerá en las manifestaciones del manierismo, pero la supera en la búsqueda de espléndidos mitos que serán más tarde y durante muchos años un himno a la belleza y a la serenidad de la vida y que, junto con los retratos y los maravillosos retablos, serán exclusivamente expresiones de pura pintura. No es éste un límite a su naturaleza y a su arte, sino más bien la confirmación de que, por ser pintor y nada más que pintor, se convirtió en uno de los más prestigiosos personajes no sólo en Venecia sino del mundo de su tiempo.
Historia del Arte
San Sebastián de Tiziano (Museo del Ermitage, San Petersburgo). Obra de la vejez del pintor (1570), que muestra al héroe cristiano acusando el dolor del martirio en un entorno sombrío.

Arte del Renacimiento

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