Hay que analizar en primer lugar la obra de Boullée. Étienne-Louis Boullée tuvo una doble formación como pintor y arquitecto y desde muy joven ejerció como profesor. Su papel como teórico de la arquitectura, cuyas ideas se conocen a través del manuscrito Architecture.
Essai sur l’Art, fue igualmente notable y comparable a su labor como artista. Defensor de una arquitectura planteada en términos de absoluta libertad, trabajó a partir de las formas geométricas simples y puras exentas de adornos, exaltando la grandeza de las construcciones en su monumentalidad y demostrando una gran sensibilidad plástica en el tratamiento de las luces y las sombras; según él, la luz evocaba la presencia de lo divino. Su obra sólo se conoce por dibujos y grabados antiguos: se trata de proyectos tan vastos como irrealizables en los que se fusionan los modelos clásicos a partir de una gran libertad creativa y compositiva: Proyecto de gran catedral metropolitana, Proyecto de cenotafio para Newton, etc.
Boullée difundió el pensamiento de la Ilustración a través de sus discípulos, pero fue finalmente Claude-Nicolas Ledoux quien dejó un conjunto importante de obras basadas en el nuevo ideal arquitectónico. Típico representante del intelectual ilustrado, su principal objetivo era alcanzar una sociedad renovada en total armonía con la naturaleza, y el arquitecto era en este nuevo contexto el sustituto del Creador.
Aceptó la novedad de la técnica reivindicando a la vez la labor artesana como medio de dignificación del trabajo. Su proyecto de la ciudad ideal de Chaux, desarrollado a partir de la construcción de la fábrica de sal que había realizado para Luis XVI en Arc-et-Senans en 1773-1779, es uno de los primeros ensayos en arquitectura industrial, un complejo fisiocrático de planta circular que busca en cada uno de sus elementos un nuevo orden surgido de ideas renovadoras de arquitectura estrictamente práctica, que combina las formas clásicas con un cierto pintoresquismo. Si bien éste fue un proyecto irrealizable en su totalidad, su obra de las barrieres o portazgos de París, edificaciones situadas en los principales accesos de la ciudad, pusieron en práctica sus ideas sobre la construcción.
Cabe señalar, llegados a este punto, que después de la Revolución, el neoclasicismo tuvo que acomodarse sin más remedio a las necesidades de las nuevas instituciones del Estado, relegando parte de los ideales de la Ilustración que hicieron posible la arquitectura utópica y visionaria.
Esta tendencia no podía menos que acentuarse, por razones de tipo ideológico, durante el período de la Revolución y bajo el Imperio. En la Revolución, porque la severidad y la vertu de los romanos de los tiempos de la República era lo que se consideraba más digno de ser tomado por modelo por parte de los citoyens, y bajo el Imperio, porque aquel nuevo estilo clásico (que entonces adquiere una pomposidad de gran pedantería) era lo que más se avenía con las glorias del invencible Empereur.
Así, todas las construcciones napoleónicas se acomodan, pues, al estilo del Imperio romano, y aparecen animadas por un épico soplo de entusiasmo por lo antiguo.
Uno de los edificios más característicos de la época es en París la iglesia de la Magdalena, que había quedado sin terminar durante el período revolucionario, y que acabaron Contant d’Ivry y después Couture, acudiendo al recurso de remedar la columnata que Chalgrin había puesto en la fachada de Saint Philippe-du-Roule. Este frontis romano a su vez sería objeto en provincias de frecuente imitación. Según Napoleón, la que fue iglesia de la Magdalena había de ser el Templo de la Gloria.
Por otra parte, la Bolsa, de A.-T. Brongniart, es otro ejemplo de aquel modo grandioso y macizo de concebir la arquitectura de carácter monumental. Igualmente, el Palacio Bourbon (en la actualidad Cámara de los Diputados) recibe entonces su fachada grandiosa, y Charles Percier (1764-1830) y Fierre Fontaine (1762-1853) completan la parte del Louvre que da a la rué Rivoli y erigen en el Jardín de las Tullerías el Arco del Carroussel, rematado por el grupo de la Victoria triunfal conduciendo la cuadriga. Hay que citar también el colosal Arco de l’Etoile, proyectado por Chalgrin, inaugurado cuando la gloria napoleónica no era ya más que Historia, en el año 1836. En este sentido, lo mismo cabe decir de la columna que con la estatua imperial se levantó en el centro de la Plaza Vendôme, llegando a ser casi una copia de la Columna Trajana.
