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Historia del Arte

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Francisco de Goya: pintor de la corona (I)

Algo más tarde, en 1790, Goya pintó un admirable retrato de La familia del duque de Osuna, obra de gran virtuosismo en su línea contenida. En 1791 y 1792 pinta nuevos retratos y sigue realizando cartones para tapices, destacando entre los primeros el del niño Cistué vestido de azul (1791) y entre los segundos el famoso Pelele, Los zancos y Las gigantillas (1792), obras de rico color que muestran el maravilloso Goya pintor de niños y temas gozosamente juveniles, otra de las innumerables facetas en las que el artista destacaba como pocos.

Pero seguramente la más vigorosa pintura de esta fase, no fechada, es el retrato de la actriz La Tirana (1790-1792), interpretación soberbia de un altanero tipo femenino, perteneciente en esta ocasión al pueblo.

Pero cuando estaba pasando por un de sus mejores momentos profesionales llega el año 1793, que resulta ser dramático para Goya. Hallándose en Sevilla cayó enfermo de gravedad, acaso ya a finales de 1792. Una carta de Sebastián Martínez, amigo de Goya, a Zapater, de 29 de marzo de 1793, dice: «Goya sigue con lentitud, aunque algo mejorado».

Le esperaba una larga convalecencia y, lo peor de todo, la triste carga de una total sordera que aumentó su propensión a lo dramático-fantástico, que ya había apuntado anteriormente, como hemos visto, sin perturbar por ello el menor de sus dones, ni su capacidad para recrearse en la más delicada belleza.

Se desconoce la fecha del regreso de Goya a Madrid, pero sí se sabe que el 11 de julio de 1793 asistió a la sesión de la Academia de San Fernando. Sobre su estado de ánimo y trabajos está el testimonio de su carta de 4 de enero de 1794 a Bernardo de Marte, en la que dice: «Para ocupar la imaginación mortificada en la consideración de mis males y para resarcir, en parte, los grandes dispendios que me han ocasionado, me dediqué a pintar un juego de cuadros de gabinete en que he logrado hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas y en que el capricho y la invención no tienen ensanche.

He pensado remitirlas a la Academia para todos los fines que V. S. I. conoce». Observemos con qué claridad ve Goya que las obras hechas por impulso propio permiten más libertad y son motivo de mayores hallazgos. Con todo, se sabe por su disputa con Bayeu, ya citada, que a veces se atrevía a lo imaginativo en obras de encargo.

Fueron once los cuadros de «diversiones populares» que, presentados a la Academia, se celebraron «por su mérito y el de Goya». Desparmet Fitz-Gerald ha permitido identificar uno de esos cuadros, el alucinante Corral de locos, pintado sobre hojalata. Este hecho, el formato y la afinidad estilística han permitido agrupar junto al Corral otras obras que debieron formar parte de los «cuadros de gabinete», como Cómicos ambulantes, El incendio, El naufragio, Bandidos asaltando un coche.

Destaca por sus impresionantes valores de forma y contenido El incendio. La pincelada tiene un carácter despeinado y nervioso que crea un mundo de calidades y texturas -aspecto en que sobresale Goya-que infunde suprema veracidad a la imagen eliminando lo anecdótico. Se cree que en esta misma época debió de pintar Goya la serie de cuadros de asuntos de brujería y fantásticos que vendió a los duques de Osuna en 1798, pues son obras de estilo muy afín a una del otro grupo.

Francisco de Goya
La familia del duque de Osuna de Goya (Museo del Prado, Madrid). En 1790, Goya realizó este admirable retrato de los duques con sus hijos.

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