El estilo rococó


A principios del siglo XVIII parecían estar agotadas las formas clásicas en el arte europeo, que habían dictado el estilo artístico a seguir en los siglos precedentes y que habían permitido que proliferara en toda Europa un arte poderosamente elegante. Era, por tanto, la época del barroco, que había tomado el relevo del clasicismo como arte dominante oponiéndose precisamente a éste en sus concepciones más esenciales. De este modo, al período clásico le siguió un siglo de esplendor barroco que cubrió de imaginación y también de algunos excesos las obras más relevantes creadas en esos tiempos.
Y, aunque el barroco parecía haber llevado prácticamente hasta su última expresión el gusto más recargado en lo decorativo, aún habría de producirse una nueva evolución que haría de la exuberancia ornamental el rasgo más característico de su estilo.
Efectivamente, como se tendrá ocasión de comprobar a lo largo del presente volumen, el estilo rococó, el propio del siglo XVIII porque es en él cuando surge, es producto, como no podía ser de otra manera, de una sociedad que ya no vuelve la vista atrás en busca del esplendor de la antigüedad. Han cambiado los referentes y en ese momento los espejos en los que mirarse ya no están en Roma o Atenas; ahora, en ese siglo XVIII, lo procedente es dejarse atraer por el exotismo de otros países, dejar volar la imaginación y romper esa última contención que se había autoimpuesto el barroquismo. De este modo, los artistas se complacen en buscar nuevas fuentes de inspiración para ese nuevo arte que están creando, se fijan en las formas más caprichosas de la naturaleza y elevarán a la categoría de arte el sentimentalismo algo ligero y caprichoso del que tanto hacía gala la aristocracia de la época. Así, se asiste en el siglo XVIII a la difusión en Europa del rococó, estilo artístico que habría de triunfar sobre todo en Francia, Alemania, España e Italia y que halló en la porcelana el medio más adecuado para trasmitir sus valores artísticos y morales.

 

Fuente y rejas de la Place Stanislas, de Guibal y Lamour
Fuente y rejas de la Place Stanislas, de Guibal y Lamour (Nancy). Convertida en capital de Stanislas Leczinsky, rey sin reino procedente de Polonia, la arquitectura y la decoración del lugar imitaba las formas vegetales y rompía con la armonía y la geometría lógicas para insertarse en la naturaleza como un elemento más, rasgo típico de la ambición creativa de los artistas del rococó.