Francia, Inglaterra y Estados Unidos

 

En Francia, la moda neoclásica venía preparada por las restricciones de la Academia, que aceptaba el barroco sólo parcialmente. Por otra parte, una revolución intelectual, que iba a ejercer funciones de revulsivo de una gran crisis político-social, facilitaba la vuelta a la sencillez antigua.
Los mismos aristócratas participaban de este deseo. Pueden mencionarse, entre los más relevantes, al conde Caylus, gran viajero y crítico, quien reclamaba mayor atención para el arte clásico; mientras que la Pompadour enviaba a su hermano, el marqués de Marigny, a Italia para estudiar la “Verdadera belleza”. Cuando todavía bajo Luis XV, J.-A. Gabriel construyó, en 1762-1764, el Pequeño Trianón se adoptaron ya las formas rectas, más simples y más griegas en su concepción. Por otra parte, en Versalles, la librería que manda construir el rey Luis XVI contrasta con los departamentos anteriores, llenos de amorcillos y fantasía rocalla. Medallones, vasos, guirnaldas y alegorías se trazaban con las menos curvas posibles; hasta las volutas se dibujaban rectilíneas, como los meandros. He aquí el nuevo estilo. Grecas y palmetas eran las decoraciones preferidas.
Entre las obras principales de esta época en París, hay que citar el Palais Royal; el Hotel de Salm, hoy cancillería de la Legión de Honor; el de la Moneda y la Escuela Militar. En provincias, el estilo se difundía con entusiasmo: Metz y Estrasburgo sufrían asimismo grandes reformas; en Burdeos, por otra parte, se llevaba a cabo la construcción de un gran teatro de la ciudad, con su columnata romana, y en Amiens se levantaba otro de líneas aún más neoclásicas.
Como edificios religiosos hay que citar, además de la fachada de San Sulpicio en París, obra de Servandoni en 1733, la de San Eustaquio, bella iglesia empezada en los primeros días del Renacimiento, y que no vería su terminación hasta finales del siglo XVIII, cuando un nieto de Mansard y, más tarde aún, un tal Moreau-Desproux, le pusieron un frontis neoclásico que daba por finalizada, finalmente, la construcción.
La erección del Panthéon, en París, por Jacques-Germain Soufflot, es por lo demás sintomática del nuevo estilo que está sustituyendo al anterior, aunque bien es cierto que puede ser considerado como un edificio de transición. A su regreso de Roma, Soufflot recibió el encargo de erigir aquel gran edificio, que debía ser iglesia de Santa Genoveva, en la antigua colina donde según la tradición la santa patrona de París había sufrido el martirio. De este modo, Soufflot proyectó, en el año 1754, la construcción que empezó a realizar mucho más tarde, en 1764. En dicho monumento se alían fórmulas distintas en las que sólo indirectamente se tienen en cuenta los principios del nuevo ideal arquitectónico. El edificio, más hermoso que imponente, ofrece un carácter ecléctico basado en ideas que ya antes habían sido aplicadas; su cúpula es palladiana, el pórtico manifiesta una interpretación de los órdenes arquitectónicos según la tradicional teoría de Vitruvio y el carácter austero del interior, con sus grandes superficies lisas, recuerda el interior de la catedral londinense de San Pablo, de Wren, monumento que en verdad podía entonces tomarse como un ejemplo de clasicismo. Lo único que se ajusta en el Panthéon a la nueva sensibilidad que está recorriendo Francia en ese momento es la carencia de la animación barroca, ya que sus muros exteriores son lisos y su adorno se reduce a un sobrio friso de elegantes guirnaldas, muy alejado de los excesos que habrían caracterizado la decoración del templo apenas unas décadas antes.
El camino iniciado en el Panthéon de Soufflot tiene en la obra de los arquitectos Boullée y Ledoux una de sus cotas más apasionantes. Ellos fueron autores de una arquitectura en el sentido puro, formalmente abstracta e intelectual, que raya lo utópico y lo visionario. Su utopía representaba una ruptura con el pasado y el inicio de una nueva era.

 

Pequeño Trianón, de Jacques-Ange Gabriel

Pequeño Trianón, de Jacques-Ange Gabriel (Versalles). Bajo la geometría simple y matemática de este palacete de corte neoclásico aún late un ritmo musical que recuerda la fina sensibilidad del rococó. Construido entre 1762 y 1764 para Madame de Pompadour, su composición cúbica, la presencia de un pórtico de columnas en la fachada y la falta de frontón y balaustrada en la corona hace pensar en cierta medida en el Palladlo de Andrea Pietro de la Góndola.

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