Francisco de Goya: Años de exilio

Pronto dejaría Goya su recientemente adquirida casa de campo. La represión absolutista de Fernando VII hizo que alimentara temores a causa de sus contactos obligados en la época de la ocupación francesa y de su conocida simpatía por las ideas liberales y progresistas. Tras una corta etapa en la que se refugió en casa del doctor Duaso, al que pintó, decidió exiliarse a Francia y en 1824 marchó a Burdeos, donde estuvo sólo tres días y siguió hacia París, antes del 27 de junio del citado año. En la capital de Francia estuvo sólo unos meses, viviendo en el aislamiento, pintando algunos óleos y dibujando a pluma temas caprichosos. Es preciso recordar que en sus últimos tiempos de Madrid había realizado dibujos que denotan tanto inquietudes psicológicas por su seguridad personal como preocupaciones sociales.
Pero el exilio para un artista de 78 años representaba una tremenda prueba y una difícil adaptación. Desengañado de París, en septiembre de 1824 se estableció en Burdeos, centro de los exiliados españoles donde tenía varios amigos, entre ellos Moratín, a quien retrató. En esa ciudad se le reunieron Leocadia Zorrilla y los hijos de ésta, Guillermo y Rosario Weiss. La niña, aficionada a la pintura, contribuyó a alegrar los últimos años del anciano artista, que le daba lecciones. Pero nada podía aniquilar el vigoroso temperamento de luchador de Goya. En 1825 trabajó de nuevo en litografías, de las que destacan las llamadas Los toros de Burdeos, relacionadas con cuatro estupendos óleos de la misma temática, en especial por lo que se refiere a dos de ellos. En el mismo año -como se sabe por una carta del 20 de diciembre de 1825, dirigida a Joaquín M. Ferrer- Goya trabajó en miniaturas sobre marfil, pintadas a la aguada, de temas muy variados y distintas técnicas. Se conserva una buena serie de estas originales miniaturas.
En 1826, Goya realizó un viaje a Madrid, obteniendo la jubilación. La única pintura suya de ese año es el retrato del banquero Santiago Galos, obra interesante por su recia expresividad y sobriedad. En 1827 pintó el retrato de Muguiro y dos impresionantes cabezas de Un monje y Una monja, en las que se entretuvo en trabajar bellos e intencionados contrastes de texturas. En ese año realizó Goya un segundo viaje a Madrid, ciudad donde pintó un retrato de su nieto Mariano, obra en la que campea un neto estilo romántico con valoración evidente del claroscuro y del naturalismo.
Es opinión unánime considerar como las últimas obras de Goya la famosa Lechera de Burdeos y el retrato -que gratuitamente se considera inacabado- de José Pío de Molina (ambas de 1827). La efigie de la lechera invita a considerarla como el "canto del cisne" del gran artista de la belleza femenina. La luz que envuelve la cabeza de la muchacha en torno a la hermosa figura inclinada muestra tanta inspiración cromática como resulta original la resolución de cada pormenor de la figura. En cuanto al retrato de Pío de Molina, es una dramática efigie tratada con nerviosa técnica.
La obra de Goya se cierra con los impresionantes dibujos realizados en Burdeos en 1824-1827. Se entremezcla en ellos algún tema alegórico cual el del viejo barbudo con la leyenda Aún aprendo, que tal vez el pintor escribió pensando en él mismo, en su inquietud continua. No es exagerado afirmar que estos dibujos -entre los cuales aparece una acuarela, la única conocida de Goya- muestran todavía un avance en la obra del maestro, superando a veces por su síntesis la circunstancia de época y estilo. Típicamente goyescas son las representaciones de encapuchados y procesiones o El castigo. Muestra aún Goya su ironía denominando Sucesos campestres un dibujo en el que aparece un hombre ahorcado de la rama de un árbol; junto a él pasan otros con animales sobre los hombros. ¡Qué alusión al mundo de venganzas y pasiones desatadas de los hombres, a los que tan bien conoció y plasmó!
Es improbable que Goya pintara en 1828. Hay una carta de 17 de enero de ese año, dirigida a su hijo, a la que debió de seguir una grave crisis de salud. Su nuera y su nieto decidieron ir a Burdeos. Mariano y su madre llegaron a la ciudad citada el 28 de marzo. Goya se encontraba muy mal. El 2 de abril quedó sin habla y medio paralizado. Falleció en la noche del 15 al 16 y fue sepultado en un pequeño panteón del cementerio de Burdeos. El 29 de noviembre de 1919, sus restos, mezclados con los de otro español refugiado, enterrado en el mismo panteón, se trasladaron a España, recibiendo sepultura en la ermita de San Antonio de la Florida. En 1927, el que fuera primer sepulcro de Goya fue llevado a Zaragoza, donde se conserva.
Poco se puede agregar a cuanto se ha dicho respecto a las relevantes cualidades del artista. Pero sí hay que añadir, sin duda, por su grandeza y su carácter, por su sentido de recapitulación final de toda la pintura que pudiera llamarse "tradicional", ha sido norma de muchos historiadores del arte cerrar en Goya la parte dedicada a la pintura. El arte del siglo XIX, aún siendo muy distinto de los continuos experimentos realizados desde las primeras décadas del XX, es ya un arte de especialistas; puede decirse que Goya es el último pintor del mundo que todavía tiene la riqueza de cualidades de los supremos maestros que desde finales del cuatrocientos crearon la pintura moderna.

 

La lechera de Burdeos de Goya

La lechera de Burdeos de Goya (Museo del Prado, Madrid). Pintada hacia 1827, cuando el artista contaba ya 81 años, es una de las últimas obras del genial artista. La seguridad de estilo, que adelanta en medio siglo la evolución de la pintura, confirma la frase que por entonces escribiera su amigo Moratín: "Goya está muy arrogantillo y pinta que se las pela, sin corregir jamás nada de lo que pinta".