En los retratos femeninos la moda del peinado sirve enormemente para fijar su cronología. Es indudable que entonces como ahora había damas que se resistían a cambiar la manera de peinarse; en efecto, se tienen grupos de personas de diferentes edades en que las de una generación van peinadas a la antigua y las jóvenes a la última moda. Mas para personas de representación social el peinado al gusto de la época era una obligación que les imponía el cargo.
Además es casi seguro que las modas se originaban en el Palatino, y las lanzaba la emperatriz. En tiempos de los Césares perduró la manera de peinarse de Livia, la esposa de Augusto.
Por tanto, se identificarán como retratos del tiempo de Tito o de los primeros años de Domiciano los que aparezcan peinados formando los cabellos como una toca sobre la cabeza. El alborotarse la mata de cabellos formando rizos es ya posterior a la época de los Flavios.
El admirable retrato de la vestal Máxima, encontrado en la casa de las vestales del Foro romano, acaso sea de la época de Trajano, porque lleva el cabello recogido y trenzado que usó siempre Plotina.
Pronto cambió por completo la moda; en los reinados de Antonino y Marco Aurelio se adoptó el tocado con el pelo partido y ondulado que llevaron las dos Faustinas. Este ya debió de comenzar mucho antes, porque en el arco de Benevento en algunos frisos con Victorias pareadas, que sostienen guirnaldas, y mientras una de ellas lleva todavía el peinado alto, la otra ya lo usa bajo y ondulado. Pero sólo al llegar al tiempo de Antonino y Faustina este último se hizo universal.
Más difícil es puntualizar la época de los retratos masculinos; a veces podría conducir a equívocos de uno o dos siglos. Para la cronología hay indicaciones en la manera de estar cortado el busto, al que a medida que va pasando el tiempo se le va añadiendo más y más cuerpo; sirve también la manera de estar representadas las pupilas y aun el detalle de llevar barba, considerando que ésta fue de moda durante los reinados de los emperadores filósofos: Adriano, Antonino y Marco Aurelio.
Pero todos estos datos están más o menos sujetos a error, porque a veces la cabeza se cortaba en un mármol aparte y ésta ha llegado sin el busto; las pupilas podían ir sólo pintadas, puesto que muchos de estos retratos eran policromados, y la barba nunca fue impuesta ni prohibida: había quienes no pretendían ser filósofos, hasta en la Roma de Marco Aurelio.
Por todas estas razones y otras más, habrá que valerse de comparaciones con retratos auténticos y bien datados, y sobre todo habrá que atenerse a lo que nos revela el estilo. Hay algo indefinible en la manera de interpretar la forma que para los iniciados vale tanto por lo menos como una fecha grabada en el mármol.
En la época de los emperadores Flavios y Antoninos, el arte romano no sólo realizó estas maravillas de realismo y personalidad que son los retratos de individuos anónimos, simples ciudadanos a los que nunca se podrá identificar, sino que se esforzó de manera curiosa en reproducir los rasgos de las diversas gentes del Imperio con su inmensa variedad de caracteres y de razas.

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