El recinto del Ara Pacis era aproximadamente cuadrado, con un simple altar en su interior; por fuera, la pared tenía dos zonas de relieves: una de hojas y acantos, y otra zona superior con figuras.
Este friso superior del Ara Pacis constituye hasta hoy el monumento más importante de la escultura romana; por su significación en la Historia del Arte ha sido comparado con el friso de las Panateneas del pórtico del Partenón, aquel desfile de los ciudadanos de Atenas que suben en procesión a llevar el peplo o manto a la diosa. En lugar de los dioses olímpicos que esperan el cortejo en el centro de la fachada del templo griego, en el friso romano se ven las nuevas divinidades filosóficas de los tres elementos.
El grupo de aquellos númenes estaba a un lado de la puerta; en el otro, un personaje simbólico que representa el pueblo o el Senatus romano (un anciano fuerte aún, coronado de laurel, y con el manto sobre la cabeza, como un sacerdote) se apresta a sacrificar las tres víctimas rituales. En estos relieves son interesantes los últimos resabios del estilo helenístico alejandrino, tanto en el grupo de los tres elementos, que por su personificación y atributos recuerda el grupo llamado del Nilo, como en el otro relieve del sacrificio, donde hay un fondo de paisaje ideal con árboles a la manera alejandrina y el pequeño edículo o templo, tan característico, que quiere representar la cabaña de Rómulo y Remo, quienes, desde lo alto, asisten también a la escena.
En las fachadas laterales y en la posterior se desarrollaba la parte más original de este friso del Ara Pacis: una procesión cívica, presidida por el mismo Augusto, revestido con los atributos de Pontífice Máximo, acompañado de magistrados y un grupo de lictores, y detrás, el séquito interesante de los personajes de su familia: la emperatriz Livia, con su yerno Agripa y su hijo Tiberio; el joven Druso con Antonia, que lleva de la mano al pequeño Germánico; por fin, el cortejo de senadores y patricios, que desfilan gravemente envueltos en sus togas.
Esta procesión de personas de la familia imperial y grandes dignatarios del Estado, retratados con insuperable realismo y llenos de nobleza y dignidad, contrasta con el bullicioso tumulto de los ciudadanos de Atenas que, a pie o a caballo, acudían a la fiesta de las Panateneas. Hay además en el Ara Pacis la gran novedad de la introducción de los retratos; en el Partenón, ni Pericles, ni Aspasia, ni sus amigos están identificados; en el Ara Pacis reconocemos no sólo a Augusto, sus parientes y las mujeres de su familia, sino también a los pequeñuelos que serán con el tiempo los gobernadores de la segunda generación del Imperio.
