El friso superior de la procesión cívica está separado por una greca de otra zona de decoración vegetal, la cual es la maravilla del arte augústeo ornamental. De un gran manojo central de hojas de acanto, jugosas y transparentes, que están en la base, arrancan unos delicadísimos rizos curvados en espiral con penachos de palmetas, pequeñas hojas y flores, graciosos animalitos y el cisne favorito de Apolo, protector de Augusto.
El campo inferior de la pared, enriquecido admirablemente con esta decoración vegetal y debido a su poco relieve, contribuye muchísimo a la impresión de urbanidad y serenidad que se exhala de aquellos finos mármoles del basamento del Ara Pacis. Pero la interpretación viva de las hojas de acanto es de realidad tan intensa como la de los retratos del friso superior.
Si se comparan las hojas estilizadas del acanto de los capiteles corintios griegos con el mazo de tallos y hojas que forman el centro del plafón del Ara Pacis, se verá como el genio romano imponía su espíritu positivo de análisis hasta para la representación de los seres inferiores de la naturaleza.
En un capitel griego, las hojas de acanto son todas abstractas, simétricas e impersonales; en el Ara Pacis, la decoración está repartida con orden, como si las plantas quisieran también conformarse con el decoro y régimen del Imperio, pero cada una aparece activa, llena de intensa personalidad en los tallos y las hojas.
En el interior del edículo del Ara Pacis había otro friso con guirnaldas de hojas de laurel, rosas y frutos, sostenidas por las típicas cabezas de bueyes, que ya eran tradicionales en el arte republicano romano.
Es, pues, el Ara Pacis un sublime resumen de la historia de Roma hasta aquellos días, con su tradición helenística, sus retratos, donde el genio latino se encuentra injertado de realismo etrusco, las guirnaldas republicanas y por fin el espíritu del Imperio, triunfante en la familia de Augusto.
Es el comienzo material y plástico de las Odas de Horacio, con la glorificación de los hombres que hicieron la eterna Roma, para la cual pedía el poeta que nada más grande vieran nunca los astros, y de las palabras de Virgilio, que señala al romano el papel de domeñar a los superbos.
Y, sin embargo, el monumento era materialmente bien pequeño. Pequeño era también de dimensiones el Partenón al lado de tantos otros grandes edificios como existen en el mundo; pero recomponiendo todos los fragmentos del Ara Pacis, queda aún éste mucho menor; la bella pared, tan espiritualmente revestida, no tiene más que unos catorce metros de fachada por doce de lado y seis de alto.
Allí estaba, no obstante, la semilla del arte nuevo, la cual tenía que esparcirse por todo el Imperio y acabar por constituir el arte europeo medieval y el arte del Renacimiento.