La afición de los emperadores, tan generalizada más tarde, por los arcos triunfales conmemorativos se inicia en los tiempos de Augusto y sus inmediatos sucesores. Tan adecuado era este tipo de monumento al genio fastuoso y civil de Roma, que se hubo de suponer que había sido creación original de los arquitectos imperiales.
Cierto es que, como tipo de monumento, los arcos triunfales romanos son también de derivación helenística: en los países de la Grecia asiática eran frecuentísimas las soberbias puertas que decoraban la entrada de sus ciudades, del mismo tipo del arco triunfal romano.
Pero si en la arquitectura imperial muchas veces los arcos aparecen todavía en la entrada de las ciudades o de un recinto religioso o de un Foro, como los que aún hoy limitan a cada extremo la llamada vía Triunfal del Foro romano (uno el arco de Tito y otro el de Septimio Severo), también aparecen aislados, en el preciso lugar donde se quería conmemorar un hecho histórico o como límite de división de provincias, y de este modo la puerta se convierte en monumento conmemorativo.
