El estilo de pinturas de la Casa o Domus aurea de Nerón, descubierta en la época de Rafael y Miguel Ángel, influyó muchísimo en el estilo decorativo del Renacimiento del siglo XVI.
Siendo las cámaras decoradas de la Domus áurea actualmente subterráneas, forman como grutas o cantinas, y de aquí que al descubrirse estos adornos se les llamara grutescos. Los elementos decorativos del Renacimiento están, pues, principalmente derivados del tercer estilo ornamental romano, porque entonces no se conocían otras decoraciones romanas ni se habían excavado aún las casas de Pompeya, las cuales son un arsenal variadísimo de motivos de los varios estilos romanos de decoración.
Y, por fin, un cuarto estilo de decoración mural romana es el adoptado en los últimos días de Pompeya y, por consiguiente, al terminar ya el I siglo d.C. Se llama estilo ilusionista, porque no tiene la pretensión de dar un efecto del natural, como el primero y segundo estilos, y porque para enriquecer la pared se vale también de la representación de formas arquitectónicas: columnitas, frisos y ventanas, pero pintados de la manera más fantástica.
Las columnas, delgadísimas, están aglomeradas, sin respeto a la verosimilitud, en un laberinto de formas que llega a producir algunas veces un efecto desorientador. Hay elementos de exquisita imaginación en este estilo. A veces, las columnitas de los caprichosos templetes se sostienen sobre pequeños animales, los amorcillos se encaraman por sus finos tallos, las hojas en espiral se retuercen, como los modernos modelos metálicos. Pero más que nada su belleza estriba en la infinidad de colores vivísimos que, en aquel torbellino de formas, aparecen y desaparecen en un pequeño espacio de pared.
Estos cuatro estilos decorativos romanos no guardan entre sí un orden estrictamente cronológico; en la casa de Livia, en el Palatino, dos de ellos se encuentran en una misma construcción; de todos modos y a grandes líneas puede considerarse que uno sucede al otro, de acuerdo con los sucesivos cambios de la moda. Ellos sirven a menudo para fijar la época de las casas en que se encuentran, porque hay algunos datos seguros, esto es: el segundo estilo era contemporáneo de Augusto, el tercero del reinado de Nerón y el cuarto de la destrucción de Pompeya. Se ven allí edificios a medio acabar que se estaban decorando con el cuarto estilo.
El centro del plafón, tanto en el tercero como en el cuarto estilos, solía llenarlo un recuadro que reproducía alguna pintura famosa del arte griego, repetida naturalmente de una copia manoseada una y mil veces. Pero, así y todo, los cuadritos que decoran los muros de Pompeya son muchas veces preciosas sugestiones para restaurar grandes obras pictóricas perdidas, que se completan con otros indicios que proporcionan la cerámica o los mosaicos.
Por otra parte, al tratar del Ara Pacis y de otros monumentos del período augústeo, se han indicado ya las condiciones del naturalismo en los detalles y del orden equilibrado en la composición que caracterizan la escultura romana. Se ha hecho referenda también de las representaciones figuradas de carácter histórico y de las personificaciones locales, de ríos, fuentes y ciudades. A veces estas personificaciones se representaban separadas de un asunto histórico; el genio romano, olvidando por un instante su carácter conmemorativo, encontraba placer en representar, sin ningún propósito religioso o civil, los númenes locales.
De ello es ejemplo el maravilloso relieve del Louvre, procedente de la Vía Apia, en el cual se ve a tres matronas coronadas de torres, tres ciudades: una con el cántaro, otra con espigas y otra que se arregla el manto, pero marca el camino: la Roma imperial.

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