Allí, con su luz intensa, las sombras eran tan negras, que el relieve tenía que marcarse con estos fondos tan recortados para que la sombra de una parte no pudiera desfigurar otros dibujos del propio relieve. Así lo que perdía el arte romano de vida y de naturalismo, lo ganaba en impresionismo primero, y en riqueza y estilización después. Estos cambios tan profundos del gusto y de la técnica han tratado de explicarse por la intervención en Roma de elementos orientales.
Así, el arte romano no se estaciona ni cae en la vulgaridad. El progreso es general en todas las artes y tiende hacia la misma dirección: el impresionismo. Los relieves acentúan la perspectiva aérea y se convierten en superficies llenas de manchas de luz y sombra fuertes que dan al conjunto un aspecto de taracea o de tapiz. Un buen ejemplo es el sarcófago de la batalla contra los bárbaros. En él, la perspectiva aérea permite ver escenas que suceden en distintos planos cada vez más alejados del punto de observación.
Los frescos y ornamentaciones, en lugar de ser principalmente dibujados por contornos, son, cada vez más, un conjunto de manchas de color ingeniosamente combinadas para producir su efecto a distancia.
En la pintura, además, encontramos el mismo estilo continuado, de representaciones unas al lado de las otras, las cuales describen cronológicamente una acción, como en la columna Trajana. Esta convención o libertad es de extraordinanas consecuencias en la Historia del Arte, porque en la Edad Media las representaciones cristianas podrán acumularse en un mismo cuadro ilustrando, no un momento de la acción, sino toda una historia.
