En el segundo relieve está representada otra parte del cortejo triunfal: un grupo de sirvientes que llevan los utensilios del templo de Jerusalén como trofeos de guerra: la mesa para los panes de la propiciación, los vasos y trompetas del culto judaico y, por fin, el famoso candelabro de los siete brazos, tal como lo describe Josefo, con su vastago central, del cual arrancan los otros seis, que, a modo de tridente, se encorvan para llegar todos a una misma altura. Lo más interesante de estos dos relieves es la hábil combinación de las figuras de bulto entero del primer término con las dibujadas simplemente en el relieve plano del fondo; entre ambos queda una capa de aire que produce una extraordinaria ilusión de perspectiva.
Esta particularidad, que apenas se notaba en los relieves del Ara Pacis y mucho menos en el friso del Partenón, donde todas las figuras estaban en un solo plano, empieza a manifestarse en el período helenístico, pero no tiene su completo desarrollo hasta Roma, y particularmente en la época de los Flavios. La policromía que sin duda tuvieron los relieves del arco de Tito debió de contribuir no poco a este efecto de ilusionismo y perspectiva.
Son obras que contradicen también la vieja teoría de la uniformidad del arte romano imperial y su falta de originalidad, reproduciendo únicamente motivos griegos. No sólo la arquitectura, con los grandes edificios de bóvedas colosales, fue original en el arte romano, sino que prosiguió también la evolución ascendente incluso en la técnica puramente artística.
