Hay grupos de bárbaros, con gesto dolorido, que discuten la marcha de los acontecimientos en los bosques de Germania, las mujeres participan en la lucha y, por fin, cuando el jefe y alma de la resistencia, Decébalo, muere en la batalla, la Luna se le aparece como una valquiria germánica.
Luego se ven las escenas bellísimas de la paz, cuando los jefes bárbaros prestan acatamiento al emperador, que generosamente acoge a los vencidos; las escenas pintorescas del campamento, los cuadros de la vida militar romana, llenos de realidad y naturalismo.
Pero en todo el largo friso, que, desarrollado, tiene más de doscientos metros, el protagonista de la acción, Trajano, está siempre presente; él acude en todos los momentos difíciles, ordena en persona las marchas, dirige las construcciones y asimismo interviene en la batalla como un simple soldado.
Los relieves de la columna Trajana son el mayor elogio que puede hacerse del gran emperador hispánico; en los trances difíciles de la guerra él está siempre presente e infunde valor y serenidad a las tropas con su augusta persona.
Además de los relieves descriptivos, este período de guerras continuas y de recta administración despertó el gusto por las decoraciones con escenas militares y civiles. Así es, por ejemplo, el relieve naval de la colección Medinaceli. El friso del templo de Vespasiano, en Roma, está lleno de objetos litúrgicos: páteras, hachas para el sacrificio, jarros y cascos militares, alternados con bucranios.

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