Los cargos de cónsul, tribuno y pretor duraban solamente un año; por consiguiente, fueron numerosos los que después del servicio tuvieron derecho a ordenar su retrato. Cicerón se alegra de haber sido elegido para un cargo con silla curul, porque así podrá él también, aunque de origen humilde, verse inmortalizado en efigie.
Los primeros retratos de funcionarios romanos que consiguieron el derecho a la imagen eran sólo bustos y estaban ejecutados en cera. Se guardaban en un armario especial, como un sagrario, llamado tablinum, abierto en una de las paredes del atrio central de la casa romana. Las imágenes en cera de los antepasados ilustres se llevaban con pompa por los individuos actuales de las grandes familias romanas, sobre todo en los funerales.
Y como, con el tiempo, se ajaron y ensuciaron, debieron sustituirse por copias en bronce o en mármol. Tenemos varios relieves de piedra y mármol de la época imperial que representan el hueco de la pared del armario, el tablinum, con los bustos de cera en fila o serie cronológica, uno al lado del otro. Las ceras eran de color, y los cabellos, de pelo natural, todo lo cual contribuiría sobre manera al desaliño de los bustos ancestrales.
Pero tanto las restricciones del jus imaginum como sus transgresiones furtivas no eran para estimular con libertad e independencia la evolución de la escultura romana. Se mantuvo hosca y bárbara casi durante toda la época republicana. Sólo en el siglo II a.C. los patricios romanos que habían viajado por Grecia y Oriente empezaron a importar estatuas para sus colecciones particulares, y los trofeos arrancados por los cónsules en Siracusa, Corinto y otras ciudades empezaron a poblar la Urbe de imágenes maravillosas, ante las cuales hacían triste papel las cerámicas y bronces de los etruscos y las ceras romanas.
