La diversidad en el románico italiano

En esta edad intermedia de los siglos románicos, Italia vacila, antes de decidirse a imitar las grandes construcciones abovedadas que se levantan al otro lado de los Alpes. Su personalidad es, como siempre, tan acusada, que merece capítulo aparte, hasta en estos siglos de vacilación. En este período, Italia carecía de un ideal unitario, y las luchas entre los grandes partidos que se disputaban el Gobierno, el gibelino, parcial de los emperadores germánicos, y el güelfo, adicto al poder eclesiástico, dividían las ciudades en facciones y levantaban las provincias unas contra otras. Esta rivalidad, despertando emulaciones, facilitó en gran medida la producción de obras de arte.
Los dos siglos carolingios, que en los países transalpinos se han podido considerar como prerromá-nicos, fueron los más trágicos y oscuros para Italia. El Pontificado había dejado de ser un elemento estimulador de la cultura; la Italia Meridional, en poder de los árabes de Sicilia, que en sus razzias llegaban hasta Roma, no participaba de las ansias y esperanzas de la cristiandad, y en Lombardía y las provincias del Adriático algunas esporádicas discese, o entradas de las huestes imperiales sólo conseguían por corto tiempo reprimir la anarquía.
En estas circunstancias no cabe esperar que alguien tuviera empeño en construir obras importantes. Pero después del año 1000 los emperadores germánicos, los llamados Otónidas, se disponen a pacificar a Italia. En esta época se renuevan las actividades edilicias y se edifican algunos palacios privados y municipales que, reconstruidos más tarde, conservan todavía fachadas y torres de aquel período. Mas la obra capital del siglo XI en Italia (si no por su belleza, al menos por su influencia en el arte de otros países) es la reconstrucción de la abadía de Montecassino entre los años 1066 y 1071. El temor de los árabes, que en el siglo anterior habían llegado hasta aquel lugar, hizo que los monjes de Montecassino trasladaran las reliquias, sobre todo el cuerpo del fundador San Benito, a la abadía francesa de Saint Benoít-sur-Loire. Devueltas las reliquias y el cuerpo santo, se procedió a la restauración, importandose obreros del norte de Italia y decoradores de Bizancio.
Hasta su destrucción durante la II Guerra Mundial, Montecassino conservaba algunos restos de la obra del siglo XI: el cenobio había sido reconstruido completamente por el arquitecto del Renacimiento Antonio da Sangallo; pero merced a las descripciones, dibujos y algunos fragmentos todavía incorporados en la obra actual, K. Conant pudo hacer una restauración ideal de la abadía en la época románica. La gran iglesia sepulcro estaba precedida de un inmenso atrio; el claustro monacal tenía a un lado la hospedería y refectorio y al otro lado el larguísimo edificio que servía de dormitorio.
En Lombardía, el arte de los constructores románicos locales se mezcló con las formas decorativas que llegaban de Alemania. La Italia Septentrional mantenía relaciones con los poderes del otro lado de los Alpes; políticamente era gibelina, sujeta al emperador, y casi germanófila. En las catedrales de Piacen-za, Módena y Ferrara pueden verse influencias del arte románico alemán, con sus fachadas de diversos pisos de galerías y sus puertas historiadas. Las entradas suelen tener pórticos que se apoyan sobre leones o figuras agachadas. En su interior, estas catedrales son más puramente lombardas que en su exterior; su parecido es mayor con San Ambrosio de Milán y San Miguel de Pavía. Acaso esto se deba a que en el interior es más perceptible su carácter arquitectónico simple, mientras que en las fachadas se ve la invasión de la escultura decorativa, que se esfuerza en llenar los paños de los muros.
San Ambrosio de Milán, donde eran coronados los reyes lombardos y los emperadores germánicos con la Corona de Hierro, es una iglesia de gran interés pero de fecha muy discutida. Hoy se admite generalmente que -pese a tener muchos elementos anteriores- su estructura actual debe ser de hacia 1080 y sus bóvedas debieron cerrarse en 1196. Su gran atrio y las altas torres, con las típicas arcuaciones lombardas, son de ladrillo y sólo los detalles escultóricos fueron esculpidos en piedra. Una versión totalmente pétrea de San Ambrosio es San Miguel de Pavía, construida entre 1100 y 1160, inmenso bloque cuya fachada aparece recorrida horizontal-mente por frisos de bajorrelieves, únicamente interrumpidos por las tres puertas.
Entre los ejemplares más puros del románico lombardo siempre se citan San Abbondio de Como, iniciada en 1063 con una simple y nobilísima fachada de tipo basilical, y la iglesia del monasterio de Pomposa, en la Emilia, particularmente célebre por su campanario construido también en 1063, por el abad Guido de Ravena. Se trata de una altísima torre de nueve pisos, cada uno marcado al exterior por las correspondientes arcuaciones lombardas, y provistos de aberturas cuyo tamaño crece rítmicamente desde una simple aspillera en la base hasta cuatro amplias arcadas en el último piso.


Campo santo de Pisa
Campo Santo de Pisa, en la Toscana. Construido entre 1278 y 1283 por G. di Simona, este recinto ha sido definido como una catedral al descubierto: un rectángulo al aire libre, que sería la nave, rodeado por un claustro gótico. Si bien un incendio dañó los frescos de las galerías, quedan obras importantes, como el Triunfo de la muerte de Buffamalcco.

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