La escultura: portadas y claustros


A veces se añaden dos arcángeles elevando plegarias y los Apóstoles y la Virgen, porque éstos también vieron al Señor glorificado en el acto de ascender a los Cielos. La complicada visión, aparición o teofanía se reduce a menudo a la almendra irisada con el Señor en su trono y a los cuatro animales; así pierde su carácter profético y apocalíptico para convertirse en una síntesis de la historia del Rey de los Cielos, tal como se manifestó a los patriarcas y profetas, y tal como aparecerá para juzgar a los vivos y a los muertos.
El protagonista de las representaciones románicas es aquel Señor de las visiones, pero también se concede espacio a los incidentes de su vida humana. La representación casi exclusiva del Hijo del Hombre en la época románica es paralela a la importancia, casi el monopolio, que adquiere su madre, María, en la escultura y pintura góticas. En la época gótica, la historia de la Virgen, con los episodios idílicos y sentimentales que proporcionan los Evangelios apócrifos, podríamos decir que usurpa la del Hijo. En la época románica, la nota dominante es la cristología; los asuntos del Antiguo Testamento están acogidos para ilustrar paralelismos con Jesús: Caín y Abel es un sacrificio que alude al del Gólgota, Abraham inmolando a Isaac, Sansón pereciendo al derribarse el templo de Dagón, David, tronco de la estirpe de la que nacerá el Mesías: todo alude al Rey Redentor; hasta del Evangelio se extraen sólo temas que personalmente le conciernen; María es la Madre, la Teotokos o Deípara, casi la Nodriza, y por esto está siempre representada con el Hijo en brazos.
Los temas románicos, idénticos en su contenido, se repiten con gran variación estilística. Pocas veces el arte va tan de prisa y tan lejos como fue el de la escultura francesa en el período románico. No sólo consigue perfección formal y técnica, con gran habilidad en componer sus estructuras en los espacios que le ofrecen las fachadas, sino que avanza aún más allá. Las grandes obras de la escultura románica francesa del siglo XI y la primera mitad del XII, como la fachada portentosa de Moissac, y las de Vézelay y Autun, son más extremadas de expresionismo que lo que han producido muchos artistas modernos.
Excediéndose en las proporciones, dislocando sus miembros para probar con gestos imposibles su carácter celestial, semidivino, las figuras de estas fachadas románicas no son de arte mórbido o degenerado. A lo más pueden calificarse de barroco románico, por traspasar los límites de moderación, que es causa del barroquismo en todos los estilos. Vézelay, antes importante parada en la gran ruta de peregrinación a Santiago, es hoy uno de los más sublimes lugares artísticos de Occidente con su extraordinario tímpano en el que un Pantocrátor de larguísimo cuerpo asciende al cielo entre los apóstoles (hacia 1120). En San Lázaro de Autun el tímpano describe un impresionante Juicio Final con horribles seres demoníacos y ángeles de cuerpo interminable.
Algunos escultores románicos de la Francia Central pudieron todavía decorar las partes más antiguas de las primeras catedrales góticas. Sorprende encontrar en Chartres cariátides rígidas, de increíble longitud, con pliegues que caen verticales, como estrías de columnas, mientras las caras demuestran que en ellas se ha concentrado toda la vida de sus cuerpos inverosímiles. Otras estatuas parecidas del pórtico de la abadía real de Saint-Denis tienen aún proporciones más exageradas; hay entre ellas unas larguísimas figuras de jóvenes reinas, con trenzas que llegan hasta los pies, paralelas a los pliegues del vestido, tan artificiales, que parecen más columnas que estatuas. En la región de Reims predomina un estilo aristocrático, refinado, que parece consecuente derivación del gran arte carolingio que se había producido anteriormente alrededor de aquella famosísima escuela catedralicia, con el impulso que le dio el gran obispo Hincmar.
Otros escultores franceses románicos se caracterizan por su gran naturalismo, sobre todo los de la escuela de Toulouse; el incipiente humanismo literario que allí se manifestó con la poesía trovadoresca tenía que producir efectos análogos en las artes plásticas. La prueba son los bellísimos capiteles del claustro de Saint-Pierre de Moissac, de finales del siglo XI, y los dulces relieves de la Puerta Miégeville de la basílica de San Saturnino, en la propia Toulouse.

Iglesia de Berzé-la-Ville
Iglesia de Berzé-la-Ville, en Saóne-et-Loire. Situada a pocos kilómetros al sur de Cluny, esta iglesia permite imaginar el aspecto que debía de ofrecer en su interior la gran abadía de Cluny cubierta de frescos. Berzé-la-Ville estuvo totalmente pintada, pero hoy subsiste únicamente la decoración del ábside, realizada hacia 1109 y conservada en perfecto estado. El Pantocrátor tiene dieciséis figuras a su alrededor. En un pequeño arcosolio de este ábside hay la extraordinaria escena de la tortura de la decapitación de San Blas.