La escultura: portadas y claustros


La historia de los orígenes de la escultura francesa medieval acaso interesa hoy más que la de la arquitectura; una de las razones de ello es que, en la plenitud del estilo románico, la escultura francesa llega a una perfección que permite compararla con la escultura griega arcaica, y que más tarde las fachadas de las catedrales góticas se cubren de imágenes preciosas que tienen sus precursores en los temas y el estilo del período románico.
El estudio de los orígenes de un arte y las leyes de su formación interesan siempre, como un gran fenómeno psicológico; pero cuando una escuela artística alcanza la cúspide de la perfección, como en la Grecia clásica o en la Francia medieval, el saber por qué vías se ha llegado a aquel extremo de belleza, ya no es un simple afán de conocimiento, sino un anhelo casi afectivo. ¿Dónde están, pues, estos comienzos, dónde los orígenes del gran arte estatuario de la Francia medieval?
A principios del siglo XII aparecen algunos conjuntos capitales de escultura románica francesa que, por sí solos, son dignos de la mayor fama, aunque no conozcamos sus antecedentes. Quizás hubo una tradición, nunca interrumpida, de escultura francesa durante los siglos IX y X, pero de ella no ha quedado apenas rastro. En la época carolingia -sobre todo en los reinados de Carlomagno y Luis el Piadoso-hubo artistas capaces de esculpir maravillas en marfil y cincelar metales con tanto o más arte que los escultores romanos o bizantinos.
Eran obras en miniatura, pero la belleza de su invención y las perfectas proporciones de sus figuras no tienen rival, y algo debió de sobrevivir de sus técnicas hasta en los oscuros y confusos tiempos que precedieron inmediatamente al año 1000. Lo cierto es que todos los edificios construidos antes del milenio tienen poca o ninguna decoración esculpida. Están adornados únicamente con los arquitos ciegos y pilastras de resalte en las fachadas que se encuentran en la arquitectura llamada lombarda. Subdividen los muros en secciones de valor puramente geométrico, con una estética rigurosa, pero simplísima.
Las formas vivas no aparecen decorando los monumentos románicos hasta ya bien entrado el siglo XI. Se cita como primer jalón datado de la escultura francesa del período románico un dintel con bastas figuras de Sant Genis les Fonts, en el Rose-llón, que lleva una inscripción con la fecha del año 1020. Pero ni el lugar es propiamente francés ni la obra pasa de ser un producto de arte local. En cambio, en el gran monasterio real de Fleury, en Saint -Benoit-sur-Loire, se encuentra una torre construida por Gauzelin hacia el año 1030 que tiene ambiciosos capiteles historiados con figuras apocalípticas inspiradas en las de los Beatus mozárabes.
Desde este momento la escultura francesa progresa de modo rapidísimo hasta llegar a producir, ya a fines del siglo XI, estupendas obras decorativas. Son relieves de fachadas con sabor arcaico todavía, pero llenos de fuerza e intención dramática, y capiteles de claustro adornados de follajes riquísimos y bellísimos; son frisos en las naves de las iglesias, y hasta algunas estatuas de bulto entero... Se desarrollan las escuelas de escultura románica francesa alrededor de tres centros de gran actividad intelectual. Una es la del territorio de Dominio Real, y puede decirse comienza en las obras de Gauzelin, en Fleury; otra, la que se forma en la corte de Toulouse; la tercera, la creada como resultado de las grandes obras que acomete la Orden de Cluny, tanto en la construcción de su gran casa matriz como en sus filiales.
Estas escuelas se combinan; hay conjuntos escultóricos importantes completamente autónomos que no dependen de ninguna escuela, y decoraciones monumentales tan independientes, que llegan a hacer pensar si son obras de artistas extranjeros. Algunos firman sus obras con breves letreros puestos en el ábaco de un capitel o en una lápida aparte; pero lo único que así aprendemos respecto a la condición de tales personajes, son sus nombres. De estas inscripciones conmemorativas parece desprenderse que los artistas eran laicos. ¿Llegarían hasta allí maestros trashumantes con aprendices, que a menudo revelan su inferioridad, y con modelos que no siempre era fácil reproducir en la obra que se les encomendaba? No eran teólogos como fueron los pintores y escultores del gótico. Los decoradores románicos repetían temas antiguos, sin enterarse de las graves controversias de la dialéctica contemporánea.
El asunto más empleado para la decoración de una portada es el de la visión del Todopoderoso o Pantocrátor revestido con la apariencia del Hijo de Dios. Está sentado en un trono dentro de la aureola almendrada (o mandorla) del arco iris, con los cuatro animales simbólicos o Tetramorfos, tal como lo vieron los antiguos profetas y como los describe San Juan en el Apocalipsis. Es una representación que, cuando hay espacio disponible, exige los veinticuatro reyes ancianos, cada uno con la copa del ofertorio y el violín o cítara para cantar alabanzas al Todopoderoso, tal como aparecen esculpidos hacia 1130 en el tímpano de Saint-Pierre de Moissac.

Claustro de Saint-Pierre de Moissac
Claustro de Saint-Pierre de Moissac, en Tarnet-Garonne. El recinto es de la misma época que la puerta de Miégeville y ambos son la base de la escultura de la escuela del Languedoc. Una inscripción del claustro indica que fue construido en 1100. Sin duda es el más rico en escultura de todo el románico francés.

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