El único representante de la «comedia antigua» que conocemos es Aristófanes. Nacido en Atenas en el 444 a J.C. y muerto en el 380, se le atribuyen unas cincuenta obras, de las que se conservan once, siendo las más famosas: Las nubes, Las aves, Lisistrata, Las ranas, Las avispas y La asamblea de las mujeres.
En Aristófanes, la condición de crisis del mundo griego es más evidente, por lo que se entiende que en lugar de los grandes temas de la tragedia, se inspire en hechos más modestos.
Su desconfianza en el Olimpo, le conduce a escribir farsas en las cuales se burla de los dioses, o debido a su escepticismo político y a su desconfianza en el gobierno, una república ideal en medio de las nubes, como en Las aves.
Por el contrario, en Las avispas arremete contra los tribunales y contra la costumbre de los atenienses de recurrir a los mismos por cualquier nimiedad.
En Las ranas imagina una competición dramática entre Esquilo y Eurípides, que no ocurre en esta tierra, sino en el mundo de los muertos.
En Las nubes pone en la picota a la filosofía, haciéndolo en la persona del gran Sócrates, mientras que en Lisistrata trata el tema de la paz.
En resumen, en él la irreverencia es un poco como su caballo^ de batalla. Irreverencia que da origen, por un lado, a refinados juegos de palabras y conceptos, y por otro a un realismo a menudo obsceno, con que se befa sistemáticamente del orden constituido, de las costumbres y de los sentimientos.
por estas y otras razones, parece ofrecernos dos rostros distintos. A pesar de estar apegado a la actualidad, a las cosas cotidianas, su objetivo es más trascendente, y a menudo consigue herir en lo más vivo.
Sus personajes tienen a menudo la alegría un poco fácil de las marionetas y de los payasos; pero, por otro lado también hay una toma de posición en cierto modo política que hay que tener en cuenta.
Es decir, todas las bufonadas y las extravagancias que vemos repartidas por sus obras, tocan algunos puntos dolorosos de la vida de la polis, y algunas veces no se consigue discernir con claridad si se trata de un «reaccionario», de un conservador, enemigo casi sistemático de toda novedad, o de un pequeño revolucionario con ideas propias que hace valer y más avanzado que la sociedad en la cual vive.
De todas maneras, su teatro debió tener una influencia ciertamente notable en las costumbres de su tiempo, y sin duda fueron muchos los que debieron sufrir sus trallazos, como siempre ocurre cuando un dramaturgo toma una decidida postura crítica.
En cuanto a la técnica, sus comedias .van precedidas de un prólogo y hacia la mitad son interrumpidas por la intervención del coro.
Pero este, a diferencia de lo que ocurría en la tragedia, se preocupa más de defender al autor de las críticas que se le hacían que de comentar los hechos, y su intervención consiste en una especie de coloquio con el público.
Como puede apreciarse, no queda nada de la austeridad ni del ritmo más bien grave de la tragedia. Se ha perdido totalmente el sentido de lo sagrado y el espectáculo se ha convertido en algo festivo, en una diversión, con diálogos mordaces y a menudo incluso estrafalarios.