Como puede verse, la armazón de lo que más tarde sería el drama moderno no nació de una sola vez, por obra de un solo acto de creación, sino que se benefició de una elaboración gradual, y sobre todo colectiva. Por otra parte, no existe un inventor del teatro; incluso el mítico Tespis sólo fue un coordinador y más que nada un autor-ac-tor. El teatro, el drama, fueron fruto de una común necesidad tanto física como espiritual.
La semilla de todo el teatro del futuro se encuentra en esta doble necesidad: la de actuar (dráo), por lo que concierne, digamos, a la parte física, y la necesidad de hablar (o sea de conocer las cosas y de celebrarlas por medio de la palabra), por lo que concierne a la parte espiritual.
Y tanto en un caso como en el otro, por la necesidad de ver más claro en la historia del hombre de cuanto puede verse si nos limitamos a las necesidades puramente económicas, de cada día. Por lo tanto, el teatro también va unido, desde el principio, al concepto de fiesta, entendida como algo que representa lo excepcional respecto a las necesidades cotidianas.
Pero, en el teatro, esta fiesta tiene lugar por medio de la acción. No existe tragedia, comedia ni drama que no se apoye sobre un tipo, sea el que sea, de acción. Y la acción, que supone salir de uno mismo para influir sobre algo exterior, siempre implica un conflicto.
O sea, actuar significa influir sobre la realidad, sobre las cosas tal como son, y participar en ellas. Pero desde el momento en que actuamos, sin darnos cuenta, nos oponemos a las cosas del mundo exterior. Es decir, tendemos a cambiarlas, a modificarlas.
El teatro, de forma nada distinta, pongamos por ejemplo, a la poesía, sirve para conocer sentimientos, fenómenos y cosas: la historia misma de la humanidad. Y también se sirve: de un elemento básico del conocimiento: la palabra. Sin embargo, lo que ocurre en la obra dramática es algo muy distinto de lo que ocurre en un poema o en una novela. La relación entre el autor (el dramaturgo) y los hechos es otra. ¿En qué se diferencia?
El dramaturgo, al contrario que el poeta o que el novelista, nunca dice «yo». No nos narra los hechos haciéndolos pasar a través de su relato personal, sino que los deja interpretar por personajes que inventa. Por personajes de carne y hueso.
Por esto necesita de los actores, de los intérpretes. Como autor, se mantiene fuera de la narración. No lo vemos. No se presenta. Por lo tanto, sus sentimientos tienen que «encarnarse» en determinados personajes, asumir su aspecto físico, tiene que actuar sirviéndose de ellos. En definitiva, el dramaturgo no nos habla por su propia boca, sino por boca de los actores.
