A espíritu diferente, siempre corresponde una técnica diferente. Ya sabemos cuáles eran los elementos técnicos (el teatro propiamente dicho, el escenario, el coro, etc.) del teatro griego y del romano. Veamos ahora cuáles son los del drama medieval.
En relación con el pasado, el cambio es total, hasta el punto de que el teatro, arquitectónicamente, ya no existe. La representación sacra, al salir del interior de los templos, donde ha nacido, se instala en el exterior, en las plazas de las iglesias, donde el templo le sirve de fondo, de escenografía.
La escena ya no es única, como hasta entonces había venido siendo norma habitual en el teatro clásico, sino múltiple. Lo que significa que el drama cristiano ha rechazado ciertas reglas del pagano. La representación medieval, a diferencia de la pagana, puede extenderse en el tiempo.
La necesidad de la escena múltiple deriva precisamente de ello. Podría decirse que así como el drama clásico tenía un desarrollo que podríamos llamar “vertical”, el cristianismo lo tiene “horizontal”. Los personajes pueden moverse de un sector al otro de la escena a medida que la acción lo requiere, porque aquélla está dividida en un cierto número de compartimientos (uno, por ejemplo, representa la gruta de Belén, otro el templo de Jerusalén, otro el Calvario, etc.).
El espectador ve todos los compartimiento a la vez. Resumiendo, hemos pasado de un escenario único a una serie de escenarios comunicantes, a lo largo de los cuales se va desarrollando la acción. Pero este cambio radical, origina otros.. Puesto que la acción transcurre en lugares distintos y en épocas distintas, es lógico que participe en la representación gran número de personajes.
En las más importantes, éstos podían sumar ciento cincuenta o doscientos. El número de protagonistas era siempre limitado pero era el conjunto lo que le daba color y significado al espectáculo.
El espectador ya no se identificaba con los sentimientos y los sufrimientos de los héroes, sino que tomaba parte en aquella larga sucesión de episodios (desde la creación del hombre hasta la resurrección de Jesús, por ejemplo), siguiendo el espectáculo en su conjunto. Abolidas las máscaras, los actores se servían en gran medida del maquillaje, de disfraces y de un cierto boato en los trajes.
La interpretación era más bien solemne; pero también había momentos en los cuales se introducía la nota cómica. Bastaba que la acción lo requiriera. Los actores no eran profesionales, salvo en raros casos, pero sí pertenecían a asociaciones especiales o hermandades religiosas.

Eran todos del sexo masculino, porque las mujeres no eran admitidas en el escenario. En cuanto a los autores, durante siglos debieron ser anónimos, en parte porque, más que inventar, trabajaban sobre textos sagrados (evangelios y vidas de santos) que adaptaban añadiéndoles episodios y temas de tradición popular, e intervenciones a veces profanas, muchas veces incluso cómicas, como ya hemos dicho.
Veamos el porqué de estas características. ¿Cuál es la diferencia fundamental en comparación con el teatro clásico? La representación se ha alargado y al alargarse y exigir un número cada vez mayor de personajes y de lugares, ha perdido necesariamente intensidad.
Pero todo lo que ha perdido en intensidad y fuerza como obra artística, lo ha ganado en posibilidades espectaculares, y por lo tanto de participación de la multitud.
Con ello queremos decir que la masa de los espectadores griegos que asistía al drama de algunos individuos, ha sido sustituida por una masa de espectadores que asiste al drama de una infinidad de individuos: de otra masa. Y lo que une la masa que actúa con la que asiste es una tragedia sagrada que afecta a todos los creyentes.
Pero el cambio ocurrido en el escenario no es más que la consecuencia de un cambio histórico mucho más importante; el que, mediante la predicación de Cristo, ha intentado frenar el extremo individualismo y la corrupción moral de la decadencia pagana.