E teatro isabelino todavía estaba falto de una auténtica originalidad.
Se trataba de composiciones en las cuales se encontraban mezcladas juntas imitaciones de los clásicos, creaciones más o menos extravagantes, escenas sangrientas, etc.
La influencia más acentuada procedía del Humanismo, tal como había sido difundido por toda Europa después del lujo de los espectáculos de corte italianos.
El primer autor isabelino que por el contrario se apartó de la imitación fue Christopher Marlowe (1564-1593).
En sus obras podemos sentir plenamente la fuerza, aunque sea ruda, de los nuevos ideales.
Tamerlán, El judío de Malta, Eduardo II son algunos de sus dramas. En cada uno de ellos se presenta un destino sangriento; héroes que viven, bien voluntariamente, bien no, en la violencia, en la culpa, en el odio.
Su obra principal es el Doctor Faustus, que más tarde inspiraría a Goethe. Con esta obra, Marlowe lanza su desafío al universo; en efecto, Fausto, que desafía a Dios, y quiere conquistar la juventud eterna, es el símbolo más dramático de los tiempos; la prueba de lo violento que era el deseo de conquista en el hombre del siglo XVI.

El gran éxito que obtuvo la obra entre el público de su tiempo no hace más que confirmarlo.
Además de Marlowe (que al parecer también colaboró con el mismo Shakespeare en algunos de sus dramas históricos), también debemos recordar a Robert Greene, coetáneo suyo, y a Thomas Kyd, también coetáneo suyo, del cual se conserva la famosa Tragedia española, que trata del tema de la venganza y la fatalidad, y esta llena de cadáveres y sangre.
Este es, más o menos, el clima en el que Shakespeare tiene que actuar desde muy joven.
Llega al teatro en un momento en que el espectáculo tiene una popularidad que puede perfectamente compararse con la que tiene actualmente el cine.
En el Londres del siglo XVI (o sea, en una ciudad de 150 o 200 mil habitantes), la representación teatral volvía a tener, en cierto modo, la importancia que tuvo entre los griegos.
Sólo que ya no tenía el significado sacro que tuvo en la polis. El pueblo acudía en masa a las mismas, tanto sus clases más elevadas como las más bajas.
El espectáculo de corte, que había llevado a un extremado refinamiento los caracteres de la representación, había sido substituido por algo con menos pretensiones pero más sincero y genuino; la riqueza pictórica, triunfar en las representaciones del siglo XV, había sido substituida por una sencillez y una espontaneidad completamente nuevas.