Tomemos, por ejemplo, el Ayax. Ayax, enfurecido porque le han negado las armas del difunto Aquiles, realiza una matanza entre aquellos a quienes cree sus enemigos. Pero una vez recuperado el juicio, se da cuenta de que sólo ha matado a un montón de ovejas que formaban parte de un rebaño. Por esto, avergonzado, se mata.
La tragedia continúa con una disputa sostenida entre los héroes para establecer si Ayax merece o no sepultura; pero la crueldad psicológica de Sófocles se apoya por completo en el personaje principal.
En efecto, Ayax muere por su propia mano porque se siente en ridículo. Pero es precisamente en esta representación de un héroe ridículo donde reside la intención de destruir al mismo concepto de héroe.
Y si pensamos en el lugar que el héroe desempeñaba en la polis, nos daremos inmediata cuenta de lo insidiosa que es la actitud mental de Sófocles, de lo cerca que ya estamos de la burla y el sarcasmo.
Naturalmente, no siempre emplea semejante arma; pero en el fondo de todas sus obras siempre se siente serpentear algo que pone al descubierto no solamente una duda, sino una seguridad negativa: “Nadie es feliz, si es mortal”. En ninguna de sus obras es tan evidente esta convicción como en el Edipo rey, que sigue siendo su mejor obra conocida. En ella la posibilidad destructora del mal supera todos los límites.
Edipo, rey de Tebas, a través del sucesivo descubrimiento de gran número de acontecimientos que le conciernen, viene a saber la verdad de su propia condición.
Por ciego capricho del Hado sin él saberlo, ha matado a su propio padre, cuya condición desconocía, y a continuación, siempre sin saberlo, se ha casado con la mujer del muerto.
Cuando averigua la verdad, por miedo de una auténtica investigación, no le queda más remedio que cegarse y marchar para siempre al destierro. Esto es lo que ocurre en el Edipo rey.
En el Edipo en Colono lo volvemos a encontrar, ya muy viejo y ciego, acompañado por su hija Antígona. Es en ella donde Sófocles, ya nonagenario, se esfuerza en atenuar la dureza del primer Edipo. Edipo, a pesar de haber cometido tan atroz delito, no es del todo culpable, puesto que no conocía la identidad de las víctimas. Esta es la conclusión.
Pero el Edipo rey está mejor resuelto, como tragedia que el Edipo en Colono, y refleja mucho mejor el sentido dramático de Sófocles. En efecto, nunca habíamos visto al Hado jugar con el hombre como lo hace con el desgraciado Edipo; hasta el punto de que podría hablarse de capricho o absurdo.
Por otra parte, precisamente por habernos revelado plenamente, con una perfección posiblemente no superada, la fuerza del dramaturgo, el Edipo rey ha sido juzgada la mejor obra de Sófocles, y por algunos, incluso la mejor de todo el teatro griego.
Hay que añadir que, en la historia del viejo rey ciego y desgraciado, Sófocles introduce por primera vez en el teatro la duda del personaje acerca de su propia personalidad.
Edipo, bajo la avalancha de horribles acontecimientos que le caen encima incluso pierde la capacidad de conocerse; ya no consigue comprender quién es: si el Edipo bueno y laborioso que creía ser, o el otro, el delictivo al que los hechos le han hecho ver como en un espejo.
Y es ésta, la de la pérdida de identidad del personaje, una situación que veremos luego repetirse en el teatro del Renacimiento, para reaparecer incluso en el teatro moderno.
