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Historia del Arte

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De las laudas a las sacras representaciones

En Italia, el drama medieval es igual al de otros países pero más complejo; cosa fácil de comprender si se tiene en cuenta que fue precisamente en Italia, sede del Papado, donde nacieron los ritos y la liturgia, que se fundieron de tal manera con la poesía popular que a menudo resulta poco menos que imposible distinguir unos de otros.

Alrededor de 1200 floreció en Umbría, difundiéndose rápidamente por toda la Italia central, un movimiento místico de origen popular que contribuyó a la teatralización del sentimiento religioso, llevándolo a las plazas y a los campos.

Este fue el momento más elevado, y también el que más preocupaciones ocasionó a las autoridades de todo el misticismo medieval.

Un movimiento religioso que exaltó a la vida y a la naturaleza además de la santidad, a despecho del momento histórico, particularmente belicoso, en el que un gran número de pequeños tiranos se hacían la guerra en todas partes.

De este movimiento nació la llamada lauda, cantada por grupos de personas que andaban por los campos azotándose hasta sangrar e invocando a la paz y el bien.

Ahora bien, aunque no se ha conseguido reconstruir con exactitud cómo la lauda se transformó en espectáculo, cabe suponer que tal transformación pudo suceder como consecuencia del deseo de hacer participar a los espectadores en aquel deseo de paz y de bondad en la tierra.

Lo cierto es que en los pocos documentos que se conservan podemos encontrar elementos poéticos característicos de la lauda, pero también se conocen laudas que suponen verdaderas y propias sugerencias escénicas.

De todas formas, la “sacra representación” como forma teatral bien definida, sólo se desarrollará más tarde perteneciendo los ejemplos más famosos a la Florencia del siglo XV.

¿Quiere decir esto que tan sólo nació entonces, en el ocaso de la Edad Media? En absoluto. Sólo significa que fue entonces cuando dio con su forma literaria más precisa y más culta.

Pero como fenómeno popular, es decir, de masas, este momento elevado nos interesa menos que su larga y compleja formación.

También porque es a través de esta formación laboriosa y dramática —que por desgracia no conocemos demasiado bien— que recoge todos los elementos de la tradición y de la lengua hablada.

Con ello pretendemos decir que las “Sacras representaciones” interpretadas en el siglo XV por las compañías florentinas con un lujo difícil de imaginar, no son más que el producto ya refinado de una actividad más rudimentaria y sincera, con varios siglos de duración, como el teatro de Eurípides es el resultado de otro tipo de elaboración. La diferencia consiste en que en el desarrollo de las “Sacras representaciones” debieron faltar personalidades capaces de dejar huella.

Pero si consideramos atentamente este hecho, nos daremos cuenta de que el mismo prueba que la “Sacra representación” se adapta plenamente a la mentalidad medieval; constituye una prueba de su importancia y su fuerza como creación colectiva y espontánea, mediante la cual el pueblo celebraba sus propios temores y esperanzas.

Porque no debemos olvidar que una de las características de la predicación cristiana, era precisamente la espera de un mundo mejor.

Así pues, la “Sacra representación” también debió ser una especie de plegaria colectiva “visible”. Fue luego, como hemos señalado, cuando la “Sacra representación”, a través de esta fuerza visual, se acercó a otro tipo de celebración: aquel del que nace, también como necesidad popular, la gran pintura italiana del siglo XIII.

Ejemplo típico de “Sacra representación” lo constituye el Abraham e Isaac de Feo Belcari, poeta y prosista nacido en Florencia en 1410 y muerto en 1484.

Sin duda su texto, escrito en octavas, debe de ser una adaptación poética, muy distinta del drama original, que debía remontarse al siglo XII; un drama más rudimentario, que sin duda estaba falto del colorido y de la finura que sólo pudo darle un poeta que vivió en la corte de Lorenzo el Magnífico, en una época en la cual habían cambiado tanto las costumbres como las condiciones económicas y sociales y, sobre todo, las morales.

Un buen ejemplo de primitiva lauda nos lo ofrece el célebre Lamento de la Virgen de Jacopone de Todi (1230-1306).

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