Llegamos a Nicolás Maquiavelo, o sea al principal representante, en literatura, del Renacimiento italiano, un autor de gran fuerza realista y despreocupado.
Su mejor comedia es La mandrágora, escrita alrededor de 1530, que repite los temas del repertorio cómico: el amor, la burla y los toques licenciosos y bufonescos que podemos fácilmente imaginar, pero que al mismo tiempo contiene una galería de tipos humanos tan representativos de las costumbres del tiempo que forma una especie de cuadro histórico, reflejando, cuando se examina sin la menor piedad, la dureza de cierto tipo de vida, que buscaríamos inútilmente en las fábulas silvestres y en las llamadas tragedias de las cuales ya se ha hablado.
Lo cierto es que la comedia, entre los distintos géneros teatrales del Renacimiento, es la que tiene una mayor libertad, precisamente porque puede poner en evidencia, a través dé determinado? tipos, el sabor de la vida cotidiana.
Es decir, ver a la gente sin la menor preocupación estética, y al mismo tiempo librarse de los esquemas en que se mueve.
Una actitud, ésta, que dará sus frutos no sólo dentro de los límites del Renacimiento, sino a continuación, y también fuera de Italia.
Además, no debemos olvidar que especialmente en teatro lo cómico también puede contener los gérmenes de lo trágico. Por otra parte, sirviéndose de los tipos, de los caracteres, puede mover el espectáculo sin que éste se estanque.
En este sentido se producirán comedias de no excesivo valor pero en las cuales se elabora de continuo, sirviéndose de medios teatrales (diálogos, monólogos, efectos, etc.), a la misma vida; que nos ofrecen una visión de aquella sociedad, vista, algunas veces, como en una especie de parque zoológico.
El Aretino, Giordano Bruno, Gianbattista Della Porta, Antón Francesco Grazzini y otros menores, pertenecen precisamente a este filón. Aunque de forma algo distinta, también pertenece al mismo Angelo Beolco, llamado el Ruzzante.
Un poco aislado en el panorama teatral de su tiempo, el Ruzzante escribió en dialecto paduano y siempre sobre temas campesinos. No fue único autor dialectal de su tiempo, pero sí el principal y también el más natural.
En efecto, por lo menos en su madurez, combatió encarnizadamente contra todo preciosismo, y su obra es la más evidente demostración de cuán falsa era, de lo mucho que se resentía de la cercanía de las cortes la fábula pastoral.
Los ambientes representados en la obra de Ruzzante son más o menos los mismos que aparecen en la fábula pastoral, es decir, el campo y la vida sencilla.
Pero mientras el campo de los fabulistas estaba poblado de criaturas absolutamente imaginarias, en el de Ruzzante encontramos a sus legítimos habitante a los campesinos del siglo XVI, rudos, cortados a hachazos, que bromean, ríen y hablan, pero sobre todo viven.
El veterano, la Moschetta, la Fiorina son todas ellas criaturas muy vivas. La preocupación del autor nunca es la de cuidar la construcción de la obra (de la manera en que un de ¡a construcción de un edificio), sino la de dejar hablar y actuar a sus personajes.
Esta tendencia a prestar más atención a los protagonistas, y por lo tanto a los actores, que a la obra en su conjunto, delata una nueva tendencia, la de darle cada vez más importancia al actor, a quien se concede, o se toma cada vez más libertad para interpretar el texto.
Como consecuencia de las representaciones de Ruzzante, y de otros menores, pero inscritos a esta misma tendencia popular y dialectal, en la segunda mitad del siglo XVI, nacerá la costumbre de improvisar en escena, siendo entonces los actores, y no ya los autores, los que le darán un nuevo aliento al teatro y los que gritarán los derechos del mismo por encima de la “literatura”, o sea al texto escrito de una vez y para siempre, invariable.
Pero antes de pasar a considerar este nuevo aspecto, deberemos ocuparnos brevemente de las características técnicas del teatro renacentista.