El teatro renacentista parte de la pura imitación de los clásicos latinos.
Es un tipo de teatro erudito, culto, que al principio no tiene grandes cosas que decir, preocupándose, únicamente, en redescubrir ciertos aspectos de la existencia.
Nada más fácil que encontrarlos en Plauto, en Terencio o en Aristófanes.
Esto es lo que ocurría entre finales-del siglo ^XIV y principios del XV. Tendremos que llegar a mediados del XV para encontrar una obra que ya no sea pura imitación de las Sacras representaciones o de los clásicos romanos o griegos, siendo éste el Orfeo de Angelo Poliziano.
O sea una “fábula”, todavía influida tanto por ciertas maneras medievales como por cierta cultura pagana, pero que de todas formas consiguió librarse de la pura imitación.
Orfeo, junto con otras obras menores, predicaba un retorno a la naturaleza, un redescubrimiento de la vida y de los sentidos.
Ya no nos hablaba de barbaries, guerras, empresas sangrientas, sino de una especie de paraíso terrenal en el cual el amor se confunde con el sentimiento de la naturaleza.
El mito pagano de Orfeo (pero necesariamente agraciado por el hecho de que renacía en una sociedad cristiana) revivía en la fábula como si lo hicieran en una especie de tapiz.
Orfeo, el mítico cantor, descendía a los Infiernos, para arrancar de las garras de la muerte a Eurídice, que había muerto a consecuencia de la mordedura de una serpiente venenosa.