Antes de llegar a los nombres más importantes del teatro europeo, es decir a Shakespeare, Lope de Vega, Goldoni y otros varios, es decir, al inicio de lo que pudiéramos muy bien llamar teatro moderno, se atraviesa un período de muy variadas características.
Durante este período, que se inicia en el siglo XV y dura todo el XVI y parte del XVII, muere la Edad Media.
Pero morir no significa que se pierdan sus huellas. En efecto, no existe ninguna época que pueda presumir de ser completamente distinta de aquélla que le ha precedido.
Ciertas semillas medievales brotan en un nuevo tipo de cultura; es decir, se transforman en algo distinto.
Naturalmente hay una parte que se pierde; siendo ésta, evidentemente, la menos auténtica, la más casual; mientras que la parte válida siempre consigue encontrar un hueco en la nueva concepción de las cosas para perdurar, aunque algunas veces las apariencias parezcan demostrar lo contrario.
Son cosas que se pondrán progresivamente en evidencia en el transcurso de la historia del teatro, si tenemos siempre en cuenta los dos aspectos fundamentales de la creación dramática; o sea, la parte literaria, es decir el texto, y la parte de espectáculo, escenografía e interpretación.
En sus varios aspectos culturales (literatura, teatro, artes figurativas, pensamiento) el Renacimiento no es otra cosa que una reacción contra la Edad Media.
Y no debemos pensar que solamente se trata de un fenómeno cultural. Debajo de todo ello, siempre se oculta la historia, los hombres vivos, sus actos, sus pasiones, etc.
La diferencia entre Edad Media y Renacimiento también estriba en una diversidad económica, con lo cual quiere decirse que el tipo de vida que se llevaba en la Edad Media había ido transformándose a medida que Europa tomaba una nueva ordenación política.
Las civilizaciones católica y bárbara, a fuerza de chocar, en parte, acabaron por fundirse; el Papado se convirtió en una potencia reconocida incluso políticamente; el cruzado que había estado en tierras lejanas volvía de ellas con ideas nuevas y con un gran deseo de descubrir más.
Naturalmente, no es que la Edad Media termine de repente para dejar que empiece el Renacimiento, sino que vemos cómo algunos de los caracteres a los cuales hemos llamado medievales se apagan lentamente mientras otros, a los cuales llamamos “renacentistas”, se encienden.
El mismo término renacimiento pretende señalar un mayor interés por la vida de este mundo, precisamente para corregir la que había sido la idea dominante de la Edad Media, ese misticismo que sólo veía en el mundo terrenal una preparación más o menos dolorosa para un mundo ultraterreno.
Es en contra de este misticismo contra lo cual reacciona violentamente el Renacimiento; y es lógico que al reaccionar contra el mismo, tienda a exagerar.
A través de la negación del pasado llegará a la polémica exaltación del presente; de la exagerada preocupación medieval por los motivos ultraterrenos a la de los motivos terrenales, y así sucesivamente.
Pero la historia está hecha, muy a menudo, de excesos, y la Edad Media había cometido también los propios al negar por completo en sus épocas más oscuras, los valores de la civilización pagana.