Las principales figuras que ofrece la escena española en la segunda mitad del siglo XVI son Lope de Rueda, Cervantes, y Juan de la Cueva
Lope de Rueda, que debió nacer en Sevilla a principios del siglo XVI y murió en 1565, fue batihoja —o sea laminador de oro— y, como autor y actor, recorrió España con su compañía de cómicos y estuvo al servicio de algunos señores de la nobleza.
La parte más interesante de su producción teatral está integrada por sus famosos pasos, composiciones cortas en prosa que se representaban antes de empezar las comedias o en los entreactos de éstas, o, también, en ciertos momentos de su acción.
Solían ser obritas de carácter cómico y popular, y desarrollaban más bien un diálogo que un verdadero argumento; ello, unido al realismo de las escenas y del léxico, ha inducido a algunos a no distinguir en tales piezas una creación propiamente artística.
Sea como fuere, los pasos han hecho de Lope de Rueda el indiscutible artífice del teatro realista español en prosa. Son famosos los titulados El convidado, La tierra de Jauja, La carátula, La invención de las calzas y Las aceitunas, uno de sus pasos más famoso.
Derivación de los pasos de Lope de Rueda son los entremeses del gran Miguel de Cervantes (1546-1616), inmortal autor del Quijote.
Como las obras de su modelo, a quien aplaudió en su infancia, los entremeses cervantinos son escenas breves de carácter popular y normalmente en prosa; no obstante, por la profundidad de su sátira y del estudio psicológico de los personajes, Cervantes logra superar en mucho a Lope de Rueda.
Mencionemos entre otros: El juez de los divorcios, referente a problemas matrimoniales; La guarda cuidadosa, que alude a la preponderancia del clero sobre los militares, y El retablo de las maravillas, sin duda el mejor de todos.
Este último, dura sátira contra los prejuicios sociales, repite el tema de la tela mágica —invisible para quienes no fueran hijos de matrimonio legítimo— que aparece en uno de los cuentos del Conde Lucanor, de Don Juan Manuel y que en Cervantes se centra en un “retablo”, o sea un pequeño teatro de figuras inexistentes: unos comediantes ofrecen la mágica representación en un pueblo y, luego de advertir a las autoridades que las escenas maravillosas del retablo sólo son visibles para quien no sea de ascendencia judía ni procreado en ilegítimo matrimonio, se hacen pagar por adelantado el supuesto trabajo; aunque en el momento de la representación ninguno de los espectadores consigue ver nada, no hay quien se atreva a confesarlo, por temor a la opinión ajena; al final, aparece un militar que, desconocedor de las “virtudes” mágicas del teatrillo, declara abiertamente no ver nada en su escena.
Cervantes también fue autor de dramas y comedias, entre las cuales figuran La Numancia, Los baños de Argel y El gallardo español.
Juan de la Cueva (15507-1610), natural de Sevilla, es quien lleva por primera vez al teatro español los temas histórico-legendarios medievales procedentes de las crónicas y romances, que luego habría también de utilizar el gran Lope de Vega.
Puede asimismo considerarse predecesor de éste por la reducción del número de los actos o jornadas del teatro clásico, la mezcla de lo trágico y lo cómico en una misma obra y el empleo de estrofas distintas.
Por lo demás, la producción teatral de Juan de la Cueva carece de verdadero valor dramático, de lirismo y con frecuencia, de lógica en el desenlace de la acción. El autor parece haber sido persona de escasa cultura.
Entre sus obras de tema nacional figuran la Comedia de la muerte del rey don Sancho, la Tragedia de los siete infantes de Lar a y la Comedia de la libertad de España por Bernardo del Carpió.
Algunos han querido ver en su Comedia del Infamador, que por su asunto pertenece a otro género de obras, el primer precedente del famoso tipo del Don Juan. Sin embargo, tal suposición ha sido desmentida categóricamente por otros críticos.
Todos estos escritores, aunque muy interesantes porque recogen las corrientes artísticas del Renacimiento, no aciertan, sin embargo, a dar forma definitiva al teatro nacional.
Esto había de ser, según veremos, obra de Lope de Vega, en cuyas manos todas las formas tradicionales sufrieron un cambio radical. Sólo el teatro de Lope, concebido y realizado de una manera genial, rompió definitivamente con toda imitación.
Escenas y costumbres
¿Pero cómo se recitaban los autos, las églogas y los entremeses? Como el inglés, el teatro español de los inicios estaba muy lejos del fasto de la escena renacentista italiana. Hasta la segunda mitad del siglo XVI, su situación fue provisional.
Los actores acampaban en un corral, extendían por el suelo su bagaje y preparaban el espectáculo.
Sólo más tarde pensaron en cubrir el corral con un toldo. Los espectáculos solían estar organizados por cofradías religiosas (de “Nuestra Señora”, de la “Sacra Pasión”, etc.) que alquilaban los corrales de su propiedad a los cómicos.
En los mismos se colocaban bancos rústicos donde se sentaban los espectadores, y el único lujo consistía en una grada un poco más elevada destinada a las personas principales.
El espectáculo, naturalmente, se desarrollaba siempre a la luz del día.
Más adelante, se pensó en la iluminación y se estudiará un sistema de escenografía menos tosco (siguiendo ejemplos italianos e ingleses), pero hasta 1580 no se construyeron dos o tres auténticos teatros.
Pero después de este período, se produjo una larga controversia; se consideraba el teatro como un fenómeno licencioso y ligero, que debía evitarse.
Las polémicas, con prohibición de las representaciones y una gran preocupación por parte de moralistas y teólogos, se prolongó durante
algunas décadas sin que a pesar de ello se lograra extinguir el germen y el instinto de la representación.
Finalmente, en el siglo XVII, bajo el reinado de Felipe IV, las representaciones se vieron libres en todo tipo de prohibición.
Se dieron representaciones en la corte y en teatros expresamente construidos y los actores y la gente de teatro, aunque en forma limitada, vieron reconocida su dignidad profesional.
En cuanto a los trajes, Cervantes explica qué había pocos y que eran más que nada simbólicos. Entendiéndose que a continuación también los trajes tuvieron su momento.