En lo que concierne a los trajes, éstos eran de una sabia estilización de los cotidianos. Presentaban lo esencial, las características fundamentales de los trajes usuales. Por esto el actor se presentaba vistiendo túnicas más o menos cortas (quitón, clámide) y mantos.
Pero para subrayar los efectos de la representación, las túnicas y mantos eran de color distinto. Un rey, por ejemplo, vestía siempre de púrpura, y un personaje que guardara luto siempre de oscuro; los héroes llevaban una corona en la cabeza, y algo parecido ocurría con el resto de los personajes.
Veamos a continuación el escenario.
En el centro de la grada (el verdadero théatron, el lugar desde el cual se mira), había un espacio circular llamado orquesta (donde se sentaba el coro, formado por unas cincuenta personas) y a continuación de ésta, el proskénion, que correspondía más o menos a nuestro escenario y la skené, el «decorado», formado por un edificio de piedra que unas veces representaba un palacio, otras una casa particular, etc., etc.
Más tarde, con el desarrollo, también técnico, de la tragedia, a la escena fija se le añadieron unos bastidores giratorios pintados y, más tarde, algunas máquinas destinadas a subrayar el efecto realista, la verosimilitud de lo representado. Por ejemplo: una máquina para hacer volar a los dioses por el cielo o para hacerlos bajar, y para imitar el ruido del trueno, la luz de los relámpagos, etcétera.
Pero la tragedia griega no se representaba como nuestros dramas o comedias actuales, sino que siempre tenía acompañamientos musicales que subrayaban determinados pasajes y enriquecían todo el conjunto. Incluso la interpretación de los actores sufría la influencia del ritmo musical, no siendo raro que determinados pasajes casi se cantaran. Algo parecido a cuanto ocurre en la ópera, pero siempre con preponderancia de la palabra sobre la música.
