Esquilo nació en 525 a. J.C. en Eleusis, murió en Gela, Sicilia, en 456. Las noticias que tenemos sobre su vida no son muchas. Parece ser que participó en la batalla de Salamina y que fue uno de los supervivientes de Maratón. También sabemos que escribió unas noventa tragedias y que ganó varios concursos teatrales, compitiendo varias veces con Sófocles, que era más joven.
Pero de toda su obra sólo se conservan siete tragedias: Agamenón, Las Coéforas y Las Euménidas, que constituyen una trilogía denominada La Orestíada; Los siete contra Tebas, Los persas, Las suplicantes y finalmente Prometeo encadenado.
Ya hemos visto que fue él quien introdujo en el desarrollo dramático al segundo actor (o deuteragonista), con lo cual se creó la situación de conflicto, indispensable para todo desarrollo teatral.
Veamos qué significado tiene su obra, incluso históricamente. No se exagera, al llamarle creador del teatro griego. A pesar de que ya existía, como ya se ha dicho, una actividad anterior, fue Esquilo quien le dio a la tragedia algunas de sus leyes fundamentales.
En efecto, no se limitó a escribir sus propias obras, sino que siguió ocupándose de ellas hasta su puesta en escena, como diríamos hoy; es decir, hasta su representación. Tanto es así, que incluso se le ha atribuido la invención de las máscaras y de los coturnos.
Su interés como director lo encontramos reflejado en sus mismas obras, pues sus tragedias, a partir de Las suplicantes, son de una complejidad escénica cada vez mayor, se vuelven cada vez más dramáticas, abarcando cada vez más significados y más variados argumentos.