Examinemos más de cerca las influencias que las nuevas ideas ejercieron sobre el desarrollo del teatro en el Renacimiento.
A lo largo de toda la Edad Media la actividad dramática fue algo típicamente popular, en la cual raras veces consiguió hacerse notar una personalidad precisa; y también hemos dicho por qué.
La importancia de las representaciones dramáticas florentinas estriba precisamente en esto, en que recogieron la tradición e intentaron darle un nuevo aspecto.
Pero este aspecto ya no era medieval como su materia, sino renacentista.
El lujo, la riqueza de los trajes, la finura de determinadas realizaciones escénicas, ya no tenían nada que compartir con la calidad efectiva de las Sacras representaciones, siendo importantes, en este aspecto, la obra de Feo Belcari, que señala el paso de una a otra mentalidad.
Es, por decirlo de algún modo, la representación de una contradicción que consiste, precisamente, en un intento de unificar el extremado adventismo medieval (espera de un ultramundo o, por el contrario, del final del mundo) con el extremado amor por el presente, el hoy, una vida hecha para que gocemos de ella; o su realidad, netamente renacentista.
En efecto, ¿cuál es el aspecto cultural del Renacimiento? El redescubrimiento de los clásicos paganos, un intento de reverdecer su tipo de vida y su conjunto de ideas, una mayor atención por los fenómenos visibles, y cansancio en la consideración de las razones religiosas.
Esto llevará, por un lado a la vida de las cortes y a cierto tipo de libertad de costumbres, y por otro, por el contrario, a prestar una atención apasionada a todo lo que le concierne al hombre y a su destino.
Por lo tanto, el Renacimiento es la época del lujo, de los amores, de las burlas, pero también de los grandes viajes de descubrimiento y de los primeros intentos de dar una visión científica del universo.
Al Renacimiento le debemos un desarrollo decisivo de la ciencia, así como ciertas conquistas filosóficas, estéticas y sociales; y precisamente al Renacimiento en su fase más madura, o sea cuando adquirió una mayor conciencia de sí mismo, y ya no se limitó a la pura y simple negación de los ideales de la Edad Media.