La fuerza y la debilidad de Hamlet se encuentran entre el ser y el no ser, entre el vivir y el morir. Es la lucha sostenida dentro de sí, entre su naturaleza física y su naturaleza moral ¿También en el rey, que se sabe culpable, hay una forma de conocimiento, o sea de conciencia.
Para castigar su sucio delito bastaría su remordimiento. Pero escuchemos el monólogo del rey:
“¡Oh, que sucio es mi delito! ¡Su hedor apesta el cielo! ¡Lleva el sello de la antigua y primera maldición: el fratricidio! ¿Rezar? Quisiera hacerlo, pero no puedo; la culpa es más fuerte que mi voluntad, a la que derrota. Soy un hombre entregado a dos tareas distintas, que duda y no está seguro de cuál de ellas debe prevalecer, y que por esto se desentiende de ambas.
Si mi mano maldita estuviera todavía más teñida por la sangre de un hermano, ¿no habría en el cielo lluvia suficiente para dejarla blanca como la nieve? Entonces, ¿de qué me sirve la gracia, si no me sirve para enfrentarme con mi delito? ¿Acaso la oración no es un doble recurso, de prevención antes de la caída y de perdón después de cometida la culpa? He de mirar hacia lo alto; mi culpa ha pasado.
Giorgio Albertazzi, dirigido por Franco Zeffirelli, en el monólogo “Ser o no ser”.
¿Pero de qué forma de oración he de servirme? ‘Perdona mi horrible delito’… no sirve porque todavía guardo los objetos por los cuales lo cometí: la corona, la reina y mi propia ambición. ¿Puede uno ser perdonado y quedarse con el fruto de su crimen? En este mundo corrompido, algunas veces la mano dorada del delito logra librarse de la justicia, y a menudo se ha visto a la misma ley apresada por su presa. ¿Y allá arriba? Allá arriba no hay escapatorias. La acción es tal como es, se nos enfrenta con nuestras culpas para que nos demos cuenta de ellas.
Entonces, ¿Qué me queda por hacer? ¿Arrepentirme? No basta. ¿Qué sirve, cuando uno no puede arrepentirse? ¡Desgraciado de mí! ¡Oh corazón, negro como la misma muerte! ¡Oh alma, que luchas para librarte y te enredas cada vez más! ¡Socorredme vosotros, oh ángeles! ¡Doblaos, rodillas obstinadas! ¡Y tú, corazón de acero, enternece como los miembros de un recién nacido! Puede que todo sea aún posible…”