Hamlet, príncipe de Dinamarca, un reino en el cual hay algo podrido, representa la inquieta conciencia del mundo que puede poseer el hombre. Pero para Shakespeare representa algo más.
Desde el momento en que se plantea todos aquellos problemas morales (y por lo tanto también históricos), Hamlet se convierte, para Shakespeare, en un héroe nada distinto del “suave” Enrique. Tanto es así que la tragedia casi termina a manera de drama épico.
Concluido el “sombrío espectáculo”, Fortinbrás, guerrero y pretendiente al trono de Dinamarca, pronuncia esta breve oración fúnebre:
Que cuatro capitanes pongan a Hamlet sobre el catafalco, como corresponde a un soldado.
Hubiera sido un buen rey, de haber sido su momento. Saludemos su paso terrenal, y que en su lugar hablen bien alto la música y los ritos guerreros.
Lleváos a los muertos. Su presencia corresponde al campo de batalla, no a este lugar. Pronto, decid a los soldados que disparen las salvas.