La historia nos dice que Bruto se suicidó después de ser derrotado por Marco Antonio y Octavio. El cesarismo, la dictadura que él creía haber matado al matar a César, sobrevivirá hasta nuestros días.
El adiós de Bruto a la vida, antes de atravesarse con su propia espada, es también un trágico adiós a la lucha contra la tiranía.. Pero Shakespeare está indudablemente del lado de Bruto o, por así decirlo, del lado de los vencidos.
Su elección del héroe tiene un significado preciso: entre Bruto y todos aquellos que se opusieron o se impondrán al poder político de un solo hombre existe una continuidad histórica efectiva e indestructible.
Bruto es también el símbolo de la lucha universal contra el arbitrio y la ambición delictuosos. En el momento de morir, Shakespeare le hace pronunciar las siguientes y reveladoras palabras.
¡Compatriotas, mi corazón se regocija porque nunca encontré en la vida a un hombre que no me fuera leal! ¡Con mi derrota me conquistaré más gloria que Octavio y Marco Antonio con su vil victoria! ¡Así, pues, adiós por última vez, pues la lengua de Bruto ya casi ha terminado la historia de su vida!… ¡El velo de la noche cuelga sobre mis ojos! ¡Mis huesos, que sólo han trabajado para llegar a esta hora, piden reposo!
Veamos ahora cómo hablan sus implacables enemigos ante su cadáver. Son aquellos que han combatido, también en nombre de Roma, sus ideales de patria y libertad. Octavio dice:
¡Concedámosle, conforme a sus virtudes, todo el respeto que merece y los ritos de la sepultura! ¡Esta noche sus huesos reposarán en mi tienda, como los de un soldado, y se les concederán honores!
Y éste el reconocimiento que le tributa Antonio:
¡Este fue el más noble de todos los conspiradores! ¡Todos los demás hicieron lo que hicieron porque envidiaban al gran César! ¡Sólo él se unió a ellos guiado por un motivo generoso y en provecho del bien público! Su vida fue apacible, y los elementos se combinaron en él de tal manera que la Naturaleza puede erguirse y exclamar ante el mundo entero: ¡Este era un hombre!.