Es el mismo Falstaff cuya muerte nos cuenta la hostelera en el Enrique V.
PiSTOL: Bardolf, alégrate; Nym, da paso a tus bravatas; chico, demuestra tu coraje…; Falstaff ha muerto y tenemos que llorarle.
Randolf: Me gustaría estar con él, allí donde esté, tanto si está en el cielo como en el infierno!
HOSTELERA: No, seguro que no está en el infierno; está en el seno de Arturo, si es que algún hombre ha ido alguna vez al seno de Arturo. Ha tenido un final hermoso, se ha ido lo mismo que un niño recién bautizado. Ha muerto entre las doce y la una, en el instante preciso en el cual cambiaba la marea. Cuando he visto que sobajaba las sábanas, jugaba con unas flores y les sonreía a las puntas de sus propios dedos, he comprendido que ya no había nada que hacer porque tenía la nariz afilada como una pluma y balbuceaba no sé qué acerca de praderas verdes. ‘¡Vamos, sir John’, le he dicho, ‘vamos, hombre, alégrese!’. Entonces él se ha puesto a gritar ‘¡Dios, Dios, Dios!’, tres o cuatro veces. Yo, para confortarle, le he aconsejado que no pensara en Dios, con la esperanza de que aún no hubiera necesidad de perturbarle con tales pensamientos. En aquel instante me ha pedido que le pusiera más ropa sobre los pies. Yo he metido la mano entre las sábanas y se los he tocado. Los tenía fríos como una piedra. Entonces le he tocado las rodillas, y después más arriba y todo estaba frío como una piedra.
El Enrique IV y el Enrique V juntos constituyen la mejor muestra épica que jamás nos haya proporcionado el teatro.
En efecto, a los valores propiamente dramáticos se añaden los históricos, y todo ello expresado con un lenguaje de extremada fuerza y pureza.
Además, tanto en una como en otra hay una idea general sobre la existencia que comprende todo o casi todos los aspectos de la aventura humana. (Tal vez sea útil recordar que Laurence Olivier, actor shakesperiano, dio una estupenda síntesis del Enrique V en la película homónima en technicolor realizada en 1944.)

En el otro extremo, en pleno auge de lo isabelino como tendencia hacia lo sombrío, lo terrible y la más pura violencia, se encuentra el Ricardo III.