Se dice que Shaskespeare es el poeta de la sangre, la tragedia y la violencia. Pero ello no le impide crear escenas de una gran dulzura, en las que incluso la muerte puede parecer un “dulce transporte”. Tenemos un ejemplo en la narración de la muerte de Ofelia hecha a Laertes por la reina, la madre de Hamlet:
Laertes, tu hermana ha muerto ahogada, (…) En el arroyo junto al cual crece un sauce torcido que refleja sus hojas escarchadas en la corriente cristalina.
Llegó allí ceñida una fantástica corona de ranúnculos, ortigas, margaritas y aquellas largas y purpúreas orquídeas a las cuales nuestras frías vírgenes llaman hierba abejera y los pastores con un nombre muy vulgar.
Mientras se encaramaba al árbol para colgar de las frondas sus diademas de hierbas, envidiosa, una rama se ha quebrado, y sus trofeos han caído con ella en el arroyo.
Los vestidos se han hinchado a su alrededor sosteniéndola algún tiempo lo mismo que a una sirena mientras ella entonaba motivos de viejas canciones, como es ignorada su desgracia, o como una hija del agua, familiarizada con aquel elemento.
Poco después, sus vestidos, que al mojarse se habían puesto pesados, han arrastrado a la infeliz, y su canto melodioso ha encontrado la muerte en el barro.