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Historia del Arte

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La representación como rito

Si retrocedemos un poco más en el tiempo, veremos en seguida que también el teatro medieval parte del sentido de lo sagrado. Y en esto se parece tanto al teatro griego como al romano. Así, en los orígenes de las sacras representaciones italianas está el rito de la misa.

Y precisamente el rito de la muerte y la resurrección tal como se explicaba durante la clandestinidad, bajo el Imperio romano. Como es natural, a medida que la religión se difundió y salió de la clandestinidad, los dos caminos —el del rito y el del teatro— se separaron.

Pero sigue persistiendo el hecho de que, durante siglos, para el hombre medieval la pasión de Jesucristo constituirá la única medida de cualquier otra condición trágica. Desde los tiempos de la clandestinidad hasta el 1000-1100 tuvo lugar esta formación del drama.

Es decir, la búsqueda, individual o colectiva, de una nueva idea de la sociedad, y, al mismo tiempo de una nueva lengua.

Porque el teatro medieval, igual que la poesía, sigue el desarrollo gradual de las diferentes lenguas vulgares derivadas del latín. Y, lo mismo que el teatro pagano, nace de dos troncos distintos.

Al principio, en la clandestinidad o. semiclandestinidad, tenemos un rito que por distintas necesidades se transforma en representación.

Después, al ser confiada la representación al elemento popular, es natural que tienda a salirse de las reglas, a emplear ciertas maneras de hablar, a servirse de ciertos ademanes, de ciertos puntos de vista. Es el lado profano que hace su aparición casi abusiva, apenas tolerada por las autoridades eclesiásticas.

Sin embargo, la costumbre acaba por vencer, como sucede también con el lenguaje. A medida que nos adentramos en la Edad Media, encontramos textos que tienden a alejarse tanto del latín (lengua oficial de origen) como de la pura interpretación litúrgica.

Más tarde, la introducción de elementos de la lengua vulgar da lugar a una exigencia de nuevas formas tendentes a lo cómico, precisamente para aligerar los textos; y hacia finales del siglo XI, se comienzan a representar dramas llamados mixtos.

No se puede aún hablar de obras profanas; pero ya hay algo más que un simple paréntesis de alegría introducido en el texto sacro.

Poco a poco aparecerán los “profesionales” de estos paréntesis: los bufones, que suelen ser cómicos ambulantes que hacen de todo. Hablan con determinado acento, son mimos, saben saltar y bailar, pero sobre todo saben trabajar improvisando, lo que quiere decir que inventan en escena ateniéndose al bosquejo del espectáculo.

Estos actores suponen la persistencia de determinadas formas teatrales paganas en la creación cristiana, y si prosperan es porque gustan al público, cosa que aprovecharán para ocupar un lugar como intérpretes de breves espectáculos en los cuales predomina el elemento cómico, o como personajes de segundo plano en el gran movimiento coral de las representaciones sacras.

Una prueba más de que la comedia, por todo lo que representa de humano, nunca puede ser completamente eliminada del escenario.

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