Lope de Vega, como Shakespeare para los ingleses, representa para los españoles la personificación misma del teatro.
Es por su mediación que «España y teatro empiezan a ser una sola cosa», como dijo agudamente Elio Vittorini, profundo estudioso del teatro español.
Lope es español hasta la médula; es barroco en cierta medida; es teatral por instinto, desde el mismo momento en que imagina las situaciones y tiene un sentido muy elevado del hombre y del honor.
Su teatro es, en efecto, el teatro del hombre y del honor. Nacido en Madrid en 1562, Lope de Vega tuvo una vida muy azarosa.
Estudió en los jesuitas, formó parte de la tripulación de la Armada Invencible, se casó varias veces y finalmente tomó las órdenes religiosas.
Existencia inquieta, obsesionada entre acción y pensamiento, con algún que otro proceso y el consiguiente exilio en su juventud, y más complicaciones. La sensibilidad de Lope era excepcional, como excepcionales fueron su fuerza fantástica, su pasión por participar en los hechos de su tiempo y su ímpetu vital.
Resultado de todo ello es la producción más abundante que se conoce. Es imposible fijar el número de sus obras, de las cuales se han salvado cerca de seiscientas, pero una evaluación razonable nos da una cifra impresionante: escribió alrededor de mil quinientas obras teatrales entre autos y comedias.
Algunos estudiosos dan un número aún más elevado: cerca de dos mil cuatrocientas. El mismo Lope dijo que escribió novecientas comedias, doce libros en prosa y en verso de distintos temas, e innumerables hojas dispersas, y a pesar de ello lo impreso no igualaba lo que tenía sin imprimir.
Y todo ello —añadía con una velada vena de amargura— sólo le había valido para ganarse enemigos, censores, insidias, envidias, improperios y sospechas.
Este fue Lope, al que sus contemporáneos llamaban Fénix de los ingenios y a quien Cervantes calificó como «monstruo de la naturaleza».
Su mundo gira alrededor de dos o tres motivos principales, que sirven de base a centenares de acciones distintas, todas ellas parecidas, de desarrollo un tanto convencional.
Un mundo en el cual podemos hallar hechos propiamente históricos al lado de otros completamente inventados, siendo asombrosa su fluidez inagotable, cosa que no le impide alcanzar muchas veces barrocos y poéticos refinamientos.
Unos refinamientos que coexisten, formando un solo cuerpo, con el drama, que es siempre vital, y halla siempre al corazón.