Imaginemos, por un momento, que yendo por la calle presenciamos un suceso ocurrido un día cualquiera y en cualquier lugar. Lo presenciamos varias personas, hablamos de él, etc., etc.
Después, si se lo contamos a otras personas que no lo han presenciado podemos emplear dos métodos distintos: limitarnos a referir lo ocurrido sin repetir las palabras exactas ni los ademanes de quienes han participado en él (es decir sus protagonistas) o bien identificarnos con los mismos hasta el punto de repetir sus palabras (los diálogos) En el primer caso, habremos adoptado un procedimiento narrativo, aunque en estado todavía bruto; en el segundo, por el contrario, un procedimiento teatral.
En cierto modo, habremos hecho teatro, porque nos hemos compenetrado con los personajes hasta el punto de hacerlos revivir gracias a que los hemos representado mediante nuestra acción. En una palabra, si bien de una forma todavía primitiva, nos habremos transformado en actores.
Sin embargo, de no existir la necesidad de contar lo ocurrido a alguien, a ninguno de nosotros se nos ocurriría reconstruir esos ademanes o diálogos. Solamente lo habremos hecho porque hay alguien que nos escucha, alguien dispuesto instintivamente a transformarse en espectador.
Puede decirse que todos los días, inconscientemente todos hacemos teatro. Es decir, todo el mundo tiende, instintivamente, a representar lo que a visto, a revivir un hecho acaecido) Y cuanto más acusado es nuestro instinto, participamos más intensamente en el mismo.
Pero de esta forma todavía elemental a la más compleja, la que llamamos precisamente teatro, hay mucha diferencia. Veamos en qué consiste. De momento, urge establecer que no puede existir teatro (como tampoco puede existir poesía, música, pintura, etc.) si no tenemos interés por lo que sucede a nuestro alrededor, el instinto de sintetizar lo que vemos que ocurre. Pero nuestra síntesis ha de ser representada, y en ella tienen que moverse y actuar personajes.
La palabra teatro deriva del substantivo griego théatron, y con mayor precisión del verbo griego theodomai, que significa «veo, miro, soy espectador» (en latín: spectare, del que deriva «espectáculo» y «espectador»). Pero actualmente, por teatro entendemos tanto el lugar en el cual se desarrolla el espectáculo como la misma representación. Por lo tanto, también es teatro el texto, la obra, el guión. Tanto es así, que a menudo leemos, por ejemplo, que tal comedia «es verdadero teatro», «teatro del mejor», etc., etc.
Entre las distintas formas artísticas, el teatro es, por decirlo de algún modo, la más pública, pues tiene necesidad absoluta de que cierto número de personas asistan a la representación. Un lector puede leer a solas cuanto le parezca, y entrar en comunicación con el autor y con lo que éste narra por medio de una relación puramente interior. El espectador cinematográfico, también se encuentra, en cierto sentido, en un plano distinto del de teatro.
En efecto, cuanto ve ocurrir en la pantalla, está registrado, está impreso en la película; la comunicación actor-espectador tiene características precisamente cinematográficas; entre el actor, que ha interpretado su papel algunos meses o años antes, y el espectador que presencia el espectáculo, no existe simultaneidad.
Simultaneidad que, por el contrario, sí existe en el teatro, donde actor y espectador se encuentran en el mismo ambiente y respiran el mismo aire. Y no sólo esto. En el teatro, el espectador puede intervenir directamente, aprobando o desaprobando, aplaudiendo o bien silbando al actor. Resumiendo, en el concepto de teatro también está incluida la participación física, simultánea, del espectador.
Por esta razón, una comedia, un drama o una tragedia transmitidos por televisión no son propiamente teatro, sino algo que participa, a un mismo tiempo, del teatro y del cine.
Pero estamos hablando del teatro tal como es en la actualidad, con miles de años de vida y de obras escritas y representadas en todas las lenguas del mundo, aplaudidas o silbadas. ¿Y en sus orígenes?
Como sucede con todas las formas de arte (si se exceptúan el cine y la fotografía) tendremos que retroceder muchísimo en el tiempo. Y aún así no conseguiremos descubrir con seguridad la primera manifestación dramática (esto es prácticamente imposible, pues no contamos con documentos prehistóricos capaces de ilustrarnos), sino sólo dar con los orígenes de nuestro teatro. En efecto, éste se remonta a los siglos VI-V a. J.C., que es la época de la que datan las primeras manifestaciones del drama griego.
Manifestaciones estrechamente ligadas a los ritos, puesto que el teatro griego tiene orígenes seguramente religiosos. Para ser más precisos diremos que nace de ciertas fiestas en honor de algunas antiquísimas divinidades agrícolas, tales como Dionisos, Ceresy otras más.
La forma en que luego se pasó de estos primitivos ritos a algo mucho más típico, no está excesivamente clara. El primer teatro del que nos habla la tradición es el de Tespis —autor y actor del siglo VI a. J.C.—, una especie de compañía ambulante (Carro de Tespis). Sólo más tarde, los espectáculos se representaron en un edificio propio. Pero desde su principio veremos que el teatro nos presenta dos caras distintas: una trágica y la otra cómica.
La tragedia, como ya hemos dicho, desciende de las fiestas dionisíacas, que ensalzaban el vino como a una especie de comunicación entre el hombre y la naturaleza. Durante dichas fiestas, era costumbre que un coro cantara himnos en honor del dios y de la naturaleza. Estos himnos se llamaban ditirambos.
Sin duda, pronto debió dejarse sentir la necesidad de pasar de la celebración al diálogo, por lo que el coro se dividió en dos semi-coros, cada uno de los cuales estaba capitaneado por un corifeo. Es de suponer que el actor nació como consecuencia de la oposición de ambos coros. Con lo cual quiere decirse que, llegado cierto momento el dios invocado por los mismos fue representado por uno de los corifeos o por otra persona cualquiera. Así fue como nació el actor, al que los griegos llamaron ipocrités, o sea el «contestador», el que dialoga.
De todas formas, el término tragedia deriva de tragodia, o «canto del macho cabrío», posiblemente porque en las fiestas dionisíacas se solía sacrificar cierto número de ellos o porque los coristas (coreutí) se cubrían con pieles de macho cabrío. En ambos casos, el animal en cuestión era el macho cabrío (tragos). Por el contrario, el término comedia deriva de la palabra griega cómos, o sea «banquete», festín o jolgorio.
Y la comedia, al contrario que la tragedia, tuvo orígenes profanos. Pero su influencia en el desarrollo del teatro fue mucho más limitada que el de la tragedia. En efecto, la comedia estaba falta de algunos elementos fundamentales con los que, por el contrario, contaba la tragedia, estando sobre todo falta del sentido de conflicto entre dos o más partes, que más tarde se llamaría drama (del verbo griego dráo «actúo, hago»).
El mimo y el drama satírico, que también son de origen griego, no eran otra cosa que dos géneros inferiores compuestos por la mezcla de una tragedia y una comedia. Géneros mixtos, resueltos mediante mucho movimiento y un tipo de comicidad primitiva y en algunas ocasiones incluso licenciosa.
