Naturalmente, como en las tragedias, también en las comedias hay sus mas y sus menos, hay momentos muy acertados y otros de menor fuerza; pero en todos ellos podemos advertir el mismo pulso, moviendo de continuo la materia; en todos puede advertirse inimitable imaginación de Shakespeare.
Un modo de imaginar que se alimenta fundamentalmente en un todo único de cosas extremadamente realistas, y en cosas extremadamente imaginarias. Véase, por ejemplo, la continua sucesión de imágenes existentes en el siguíente fragmento de La fierecilla domada.
Petruchio se ha propuesto «domar» a una muchacha de la cual se ha enamorado, y al fin lo consigue, tras un montón de divertidas complicaciones y animados cambios de escena.
Petruchio llega, y es Biondello, fiel servidor suyo (pero no hasta el punto de estar ciego), quien nos lo describe:
¡Eh!, que Petruchio vuelve con un sombrero nuevo y un jubón viejo; un par de calzas viejas, vueltas por tercera vez; un par de botas que deben haber servido de nido a dinastías de ratones, una con hebilla y la otra con cordones; una espada enmohecida, seguramente encontrada entre la chatarra en el arsenal de la ciudad, con el puño roto y sin punta ni vaina; a caballo de un rocín ensillado con una vieja silla apolillada y dos estribos desparejados; además la bestia está enferma de muermo y deslomada, padece tolano, está podrida de sarna, infectada de escrófulas, llena de aventaduras, cubierta de esparavanes, sucia de ictericia y de adivas, inútil de puro atacarle los vértigos, roída de lombrices, torcido el espinazo y dislocada de espaldas, empernada de delante y provista de un freno con una sola guía y de una cabezada de piel de cabra que, a fuerza de tirones para mantener en pie al animal, se ha roto por todas partes y ahora se sostiene por medio de dos nudos; una cincha remendada seis veces; y finalmente una grupera de terciopelo para mujer, con dos iniciales trazadas con clavos y recosida por todas partes.

Al final, Petruchio logra domar a su bella dama. ¡Pero de qué manera! Oigámosle:
Así, con un acto de política he inaugurado mi reinado, y tengo fundadas esperanzas de acabarlo bien. Ahora mi halcón está hambriento, tiene el estómago vacío, y hasta que no esté completamente amaestrado no me conviene cebarlo, pues de lo contrario jamás miraría un señuelo.
Además, aún tengo otro medio para amaestrar a mi halcón salvaje, para enseñarle a obedecer a su halconero; consiste en mantenerle despierto, y vigilarle, como se hace con los milanos que se enfurecen, se resisten y se niegan a obedecer.
Hoy no ha probado carne en todo el día, ni probará; la pasada noche no ha dormido, ni dormirá ésta. Igual que he hecho con la comida, sabré encontrarle defectos al estado de las camas, echaré las mantas a un lado, a otro las almohadas y las sábanas por todas partes; quiero que todo este ruido parezca debido al afecto y a la solicitud que siento por ella.
Resumiendo, la mantendré despierta durante toda la noche, y si se adormila, armaré tal alboroto que por fuerza tendrá que despertar.
A esto se le llama domar a las esposas con ternura; así doblegaré su extraño carácter testarudo. Si alguien conoce un procedimiento mejor para amansar a una mujer caprichosa, que me lo enseñe, y yo le haré un monumento.
La forma de domarlas es ciertamente ingeniosa.